Romina, la doctora de Ibagué
Había una vez en la ciudad de Ibagué, Colombia, una niña llamada Romina. Desde pequeña, Romina había soñado con ser doctora y ayudar a las personas enfermas.
A pesar de su corta edad, tenía un corazón lleno de bondad y compasión por los demás. Desde que era muy pequeña, Romina pasaba horas jugando a ser doctora con sus muñecos y peluches.
Les ponía vendas imaginarias, les daba medicinas de mentira y hasta les hacía radiografías con hojas de papel. Su pasión por ayudar a los demás solo crecía cada día más.
Un día, mientras paseaba por el parque cerca de su casa, Romina vio a un señor mayor que se había tropezado y se había lastimado la rodilla. Sin dudarlo ni un segundo, corrió hacia él para ayudarlo. "¡Señor! ¿Está bien? Déjeme revisar su rodilla", dijo Romina con preocupación. El señor mayor miró a la niña con sorpresa y asombro.
Nunca antes alguien tan joven le había ofrecido ayuda de esa manera. "Gracias, mi niña. Parece que me torcí la rodilla al caerme", respondió el señor con una sonrisa agradecida.
Romina examinó cuidadosamente la rodilla del señor mayor e hizo todo lo posible por brindarle algo de alivio. Le colocó unas vendas improvisadas y le recomendó que fuera a ver a un médico para asegurarse de que no hubiera ninguna lesión grave.
"¡Muchas gracias, doctorcita! Eres muy amable y valiente por ayudarme", expresó el señor mayor emocionado. Las palabras del señor mayor resonaron en el corazón de Romina. Sabía en ese momento que su sueño de convertirse en doctora era más fuerte que nunca.
Quería seguir ayudando a las personas como lo acababa de hacer con aquel hombre en el parque. Con determinación y valentía, Romina se dedicó aún más a estudiar ciencias naturales en la escuela y aprender todo lo posible sobre el cuerpo humano.
Sabía que el camino para convertirse en doctora no sería fácil, pero estaba dispuesta a esforzarse al máximo para lograrlo. Los años pasaron y Romina creció rodeada del apoyo incondicional de su familia y amigos.
Siempre recordaba aquel día en el parque como la chispa que encendió su vocación por la medicina. Finalmente, después de muchos años de estudio duro y sacrificio, Romina cumplió su sueño: se convirtió en doctora.
Ahora trabajaba en un hospital cercano atendiendo a pacientes enfermos con amor y dedicación, tal como lo hacía cuando era solo una niña jugando con sus muñecos. Romina demostró que los sueños pueden hacerse realidad si uno trabaja arduamente por ellos y nunca pierde la esperanza.
Su historia inspiradora se difundió por toda la ciudad de Ibagué como un ejemplo vivo de bondad, generosidad y perseverancia para todos los niños que también soñaban con cambiar el mundo algún día.
FIN.