Romina y el charco mágico
En un pequeño pueblo, vivía una niña llamada Romina. A Romina le encantaba bailar bajo la lluvia y, sobre todo, saltar en los charcos que se formaban en el camino después de una tormenta. Cada vez que veía que el cielo se nublaba, sus ojos brillaban de emoción.
Un día, sus tíos, Ana y Lucas, decidieron llevarla al parque después de una fuerte lluvia. Romina, con su chaqueta de colores y botas de goma, estaba lista para la aventura.
"¡Vamos, tíos! ¡A saltar!" - gritó Romina, corriendo hacia el primer charco que encontró.
Sus tíos la siguieron riendo y disfrutando del momento. Saltaban con alegría, creando grandes estallidos de agua que llenaban el aire de risas.
"¡Mirá cómo salpica!" - exclamó Lucas mientras daba un salto aún más grande.
"¡Es como un baile con las gotas!" - agregó Ana, intentando imitar a una bailarina.
Romina estaba encantada. Pero, en medio de tanta diversión, notó algo extraño en un charco más grande que los demás. Su color era diferente. Era un azul profundo, casi mágico.
"¿Qué es eso?" - preguntó Romina, acercándose.
Cuando puso un pie en el charco, sintió una vibración suave que la hizo sonreír. De repente, se dio cuenta de que el charco no era un charco común. Al saltar, no solo salpicaba agua, sino que sonidos melodiosos comenzaron a surgir.
"¡Escuchen!" - dijo Romina emocionada.
Los tres comenzaron a saltar de nuevo, pero ahora al ritmo de la música que surgía del charco.
"Esto es increíble, ¿qué será?" - se preguntó Lucas, con la mirada asombrada.
Ana, siempre curiosa, se agachó para mirar más de cerca y encontró pequeñas criaturas brillantes nadando en el charco.
"¡Son duendes de agua!" - exclamó Ana. "Deberíamos hacer algo para agradecerles por esta música tan hermosa."
Romina pensó por un momento y tuvo una idea brillante.
"Podemos hacer una fiesta! Festejemos esta música y el agua. ¡Podríamos traer más amigos y bailar todos juntos!"
Los tres se pusieron a organizar rápidamente una fiesta. Invitaron a otros niños del pueblo para que vinieran a saltar y bailar en el charco mágico.
Esa tarde, el parque estaba lleno de risas, música y color. Los duendes comenzaron a salir a bailar entre los niños, creando preciosos destellos de luz.
"¡Mirá cuántos vienen!" - gritó Romina mientras señalaba a sus amigos.
"¡Y todos juntos hacemos una gran fiesta!" - dijo Lucas, sintiéndose feliz por la alegría que habían compartido.
Con cada salto, los niños se unían a la melodía y los duendes aplaudían desde el charco, creando un verdadero espectáculo. Romina estaba deslumbrada, sintiéndose afortunada de haber descubierto un lugar tan especial.
Cuando el sol comenzó a ponerse, los niños estaban cansados pero felices.
"Gracias, duendecitos, por hacernos vivir este día maravilloso," - agradeció Romina con una gran sonrisa.
Al caer la noche, el charco volvió a su color normal y los duendes se despidieron, pero Romina sabía que siempre habría un recuerdo especial de aquel día: una mezcla de naturaleza, alegría y magia. Aprendió que a veces, los momentos más simples pueden convertirse en recuerdos inolvidables si los compartimos con aquellos que amamos.
Y así, cada vez que llovía, no solo saltaba en los charcos, sino que también soñaba con una nueva aventura que la llevaría a descubrir la magia que hay en cada pequeño rincón del mundo.
"¡Hasta la próxima, charco mágico!" - gritó Romina un día mientras se preparaba para un nuevo baile bajo la lluvia, lista para seguir viviendo historias emocionantes junto a sus tíos y amigos.
FIN.