Roqui, el Perro Luchador



En una bulliciosa ciudad, donde los autos zumbaban como abejas en busca de flores, vivía un perro llamado Roqui. Roqui no era un perro cualquiera; era un perro luchador, muy conocido en el barrio. Aunque su nombre sonara espectacular, la realidad era que Roqui casi siempre perdía sus peleas.

Un día soleado, mientras Roqui paseaba por el parque, se detuvo a observar a un grupo de perros jugando con una pelota.

"¡Mirá a esos perros! Se ven tan felices jugando", pensó Roqui, con un toque de envidia.

Así fue como su amigo Pipo, un gato amistoso que siempre estaba a su lado, se acercó y le dijo:

"Roqui, ¿no preferís jugar con ellos en lugar de pelear?"

"Pero Pipo, soy un luchador. Eso es lo que se espera de mí. ¡Tengo que ser el mejor!"

Pipo movió la cabeza, con una sonrisa.

"No se trata de ser el mejor en pelear, amigo. Tal vez ser mejor sea jugar y divertirse. ¿No lo has pensado?"

Pero Roqui sacudió su cola inseguro. Durante una semana, se preparó para una gran pelea que se avecinaba entre los perros del barrio. Todos estaban ansiosos, y él sintió que debía demostrar su valentía. En su interior, sin embargo, la idea de jugar seguía dándole vueltas.

El gran día llegó. Todos los perros del barrio estaban reunidos en el parque, listos para animar a sus favoritos. Roqui se enfrentó a un perro grande y musculoso llamado Rex, quien había ganado muchas peleas anteriores.

"¡Vamos, Roqui! Eres el mejor!" le gritaron los demás perros.

Con una mezcla de emoción y nerviosismo, Roqui se preparó para el combate. Comenzó a pelear, pero rápidamente se dio cuenta de que no estaba disfrutando.

"¡Esto no es divertido!" pensó mientras recibía un leve empujón de Rex.

Entonces, en un giro inesperado, Roqui alzó la voz:

"¡Espera! No quiero pelear más. Quiero jugar."

Rex, sorprendido, se detuvo. Los demás perros también quedaron boquiabiertos.

"¿Jugar? Pero... estamos en medio de una pelea", dijo Rex, confundido.

"¡Sí! Jugar es más divertido que pelear. ¿Qué tal si en vez de pelear competimos para ver quién puede atrapar la pelota más rápido?"

Después de un momento de silencio, por fin las bocas de los perros se abrieron en risas, y uno de ellos, llamado Moka, dijo:

"¡Eso suena genial! ¿Quién necesita pelear cuando podemos divertirnos?"

Pronto, todos los perros comenzaron a jugar a atrapar la pelota. Roqui se sintió libre y feliz. Corrieron, rieron y se divirtieron, olvidando por completo la pelea que había estado a punto de suceder.

"¡Mirá cómo corro!" gritó Roqui mientras se lanzaba tras la pelota que uno de los perros había pateado más lejos.

El resto del día se convirtió en un gran juego, donde todos participaron, y Roqui se sintió más feliz de lo que jamás había estado. Pipo, observando desde un rincón, sonrió y le dijo:

"Ves, Roqui. Jugar es mucho mejor que pelear."

Roqui, con la lengua afuera y el corazón lleno de alegría, respondió:

"Tenías razón, Pipo. No necesito ser el mejor luchador. Ahora sé que lo importante es divertirse con amigos."

Desde ese día, Roqui se convirtió en el mejor amigo de todos los perros del barrio y cada tarde después de la escuela, se juntaban a jugar con la pelota. Ya no era visto solo como un luchador, sino como un perro que sabía que la verdadera victoria estaba en la amistad y la diversión. Y así, un pequeño perro luchador en la gran ciudad encontró su verdadero propósito: ¡ser feliz jugando!

Y así termina la historia de Roqui, el perro luchador que descubrió que la verdadera victoria no estaba en ganar peleas, sino en disfrutar el tiempo con amigos.

"Mañana jugamos de nuevo", le dijo Roqui a Pipo.

"¡Es un trato! Y yo te traeré la pelota más grande de todas".

FIN.

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