Rosario, la maestra de los vientos
Había una vez en un pueblo llamado Luján, una niña muy curiosa llamada Rosario. Ella amaba explorar el mundo que la rodeaba, mirando las flores, escuchando a los pájaros y contando cuentos a sus amigos sobre las estrellas en el cielo. Rosario siempre llevaba consigo una pequeña mochila llena de lápices de colores y cuadernos, porque le encantaba dibujar lo que veía.
Un día, mientras paseaba por el campo, Rosario encontró un lugar mágico. Era un claro rodeado de árboles altos que parecían tocar el cielo. Allí, se sentó sobre la hierba suave y, mientras dibujaba, escuchó un susurro en el viento.
"Hola, pequeña Rosario. ¿Qué haces aquí?" - dijo el viento, acariciando su rostro.
Rosario, sorprendida, respondió:
"¡Hola! Estoy dibujando las flores y los árboles. ¿A ti te gusta el arte?"
"¡Me encanta! Pero los árboles y las flores no pueden hablar. Tu arte podría ayudar a contar sus historias" - contestó el viento.
Intrigada, Rosario le preguntó al viento:
"¿Cómo puedo contar sus historias?"
"Cada planta, cada animal, tiene algo que decir. Necesitas escuchar con atención. Cuando dibujes, imagina cómo se sienten y qué te cuentan" - dijo el viento.
Desde ese día, Rosario comenzó a salir todos los días al claro. Escuchaba atentamente los cuentos que las flores y los árboles le susurraban. Así, empezó a crear hermosos dibujos llenos de colores y formas que mostraban aventuras y sueños. Sus amigos se unieron a ella.
"¡Miren! ¡Rosario tiene una nueva historia!" - gritaba uno de sus amigos.
Cada vez que aprendía algo nuevo, Rosario lo compartía con sus compañeros, llenándolos de curiosidad y alegría. Así, fue amiga de sus amigos del pueblo, pero también de los animales y las plantas del bosque. Todos querían contarle sus historias.
Un día, mientras estaban todos reunidos, un pájaro que siempre observaba a Rosario decidió acercarse. Era un hermoso cardenal.
"Hola, Rosario. He visto tu esfuerzo y tu amor por contar historias" - dijo el pájaro.
"¡Hola, ave linda! ¿También quieres contarme algo?" - le contestó Rosario emocionada.
"Sí. Todos los años organizamos un concurso de cuentos en el bosque. ¿Te gustaría participar?" - preguntó el cardenal, llenando de esperanza a sus amigos.
Rosario, llena de emoción, respondió:
"¡Sí, me encantaría! Pero, ¿cómo voy a contar las historias de todos?"
"Tú puedes dibujar cada cuento mientras los escuchas, y luego narrar lo que aprendiste" - sugirió el cardenal.
Con la ayuda del viento y sus corazones llenos de abrazos, Rosario y sus amigos se prepararon juntos para el gran día. Dibujaron y escribieron, cada uno aportando su propia historia. El día del concurso, todos los animales del bosque estaban allí, ansiosos por escuchar las historias de Rosario.
Cuando llegó su turno, el viento sopló suavemente, haciendo que los dibujos de Rosario brillaran como joyas.
"Hoy, voy a contarles sobre un árbol que deseaba ser fuerte y alto, pero que encontró belleza siendo pequeño" - comenzó Rosario, mientras mostraba uno de sus dibujos.
Los animales miraban atentamente, y el cardenal sonreía, orgulloso de su amiga. Cuando terminó, los aplausos resonaron en el claro.
"¡Bravo, Rosario!" - gritó el pájaro. "Has hecho un gran trabajo. Tu arte y tus historias han tocado nuestros corazones".
La alegría llenó el claro, y así, cada año, el concurso de cuentos se convirtió en una tradición en el bosque, donde todos los amigos de Rosario podían compartir sus historias, porque había aprendido lo más importante: todos teníamos algo que contar.
Y así, Rosario Vera Peñaloza se volvió una gran narradora de historias, llevando siempre con ella la magia del viento y la amistad, creando un mundo mejor a través del arte y la curiosidad.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.