Rosita y el Brillo del Conocimiento
Era una vez en una pequeña ciudad de Argentina, una niña llamada Rosita. Con su cabellera rizada y ojos inquisitivos, era conocida por su brillante mente. Desde muy pequeña, Rosita había sorprendido a todos con su capacidad para resolver problemas matemáticos en un abrir y cerrar de ojos, o para leer libros que sus compañeros ni siquiera soñaban en tocar.
Sin embargo, esta inteligencia a menudo la ponía en situaciones difíciles. Sus compañeros la miraban con admiración, pero también con desconfianza. En la escuela, se sentía diferente, como una estrella fugaz entre las nubes, resplandecía, pero no se quedaba quieta.
Un día, mientras estaba en el recreo leyendo un libro sobre galaxias, su compañera Clara se acercó.
"¿Rosita, por qué siempre lees sola?" - preguntó Clara, con un tono curioso.
"Porque estoy aprendiendo sobre el universo, y ustedes no entienden lo que digo" - respondió Rosita, con un ligero tono de grandeza en su voz.
"Tal vez si nos cuentas, podríamos entender" - dijo Clara intrigada.
Rosita frunció el ceño. No quería ser la maestra. Sin embargo, ese día, Clara decidió que quería aprender sobre el espacio. Así que juntas, se sentaron y Rosita comenzó a explicar.
"Las estrellas son como faros en el cielo, cada una tiene una historia..." - comenzó Rosita, olvidándose de su ego. Apenas se dio cuenta, un grupo de compañeros se acercó a escucharlas.
A partir de esa charla, algo inesperado comenzó a suceder. Sus compañeros empezaron a mostrar interés por lo que Rosita sabía. Un día, un grupo de chicos de su clase la invitó a crearse un club de ciencias.
"Rosita, ¿te gustaría ser la presidenta?" - le preguntó Andrés, un chico que solía ser indiferente hacia ella.
"Pero ¿por qué yo?" - se mostró sorprendida.
"Porque sabemos que sabes mucho y queremos aprender de vos" - contestó Clara.
Y así, con un ligero sentimiento de humildad, Rosita asumió el reto. En cada reunión del club, ella preparaba presentaciones sobre distintos temas, pero también les daba espacio a sus amigos para que compartieran lo que les gustaba. Así, no solo enseñaba, sino que también aprendía con ellos.
Pasaron las semanas y el club prosperó. Rosita se dio cuenta de que no solo quería brillar, sino que al compartir su luz, el brillo aumentaba. Así, la niña que alguna vez se sintió sola en un mundo de amigos, encontró un lugar donde realmente encajaba.
Una mañana, mientras preparaban su próxima exposición sobre dinosaurios, un nuevo giro las sorprendió:
"Rosita, vos sos genia, pero creo que debemos incluir algo diferente" - dijo Fiorella, una de las integrantes del club.
"¿Qué proposee, Fiorella?" - preguntó Rosita, con la mente abierta.
"Podríamos hacer una obra de teatro. Así involucramos a todos!"
Rosita pensó por un momento.
"Me gusta la idea, y creo que también puedo aprender sobre actuación..." - admitió.
Y así fue como los chicos del club juntos idearon un espectáculo. Rosita no solo lideró el proyecto, sino que aprendió a trabajar en equipo, a escucharlos y a permitir que todas las ideas brillaran.
El día de la presentación, el aula se llenó de risas y aplausos. Los padres y compañeros aclamaban la creatividad del grupo. Al final de la obra, Rosita sintió una calidez en su corazón que nunca antes había experimentado.
"Gracias a todos, pero esto no sería posible sin cada uno de ustedes" - dijo Rosita, mientras miraba a sus amigos y sonreía.
A partir de ese día, la vida de Rosita cambió completamente. Ya no se sentía sola ni diferente. Había aprendido que el conocimiento es más brillante cuando se comparte y, sobre todo, que la verdadera grandeza está en cómo usamos nuestras habilidades para unir y ayudar a otros.
Desde esa vez, Rosita nunca más se sintió aislada. Su confianza creció al aprender que ser parte de un equipo es tan importante como brillar individualmente. Los niños del club crearon un lazo especial y juntos formaron un grupo que todos en la escuela envidiaban por su pasión por aprender y, sobre todo, por su amistad. Así, Rosita había encontrado su lugar en el mundo.
FIN.