Sabrina y su aventura en París



Era una mañana soleada en Buenos Aires y Sabrina, una niña curiosa de diez años, estaba emocionada porque por fin iba a viajar a París, la ciudad de la luz. Desde pequeña, había soñado con ver la Torre Eiffel y probar los deliciosos croissants. Sin embargo, había algo que la intranquilizaba: viajar sola.

Su mamá, que siempre la apoyaba, le dijo:

"Sabrina, es una oportunidad única. Solo recuerda estar atenta y no hablar con extraños. ¡Vas a aprender mucho!"

Sabrina subió al avión con su pasaporte y una mochila llena de libros sobre París. Al llegar, el aire fresco y el aroma de pan recién horneado la envolvieron. Apenas bajó del avión, se dio cuenta de que todo era aún más bonito de lo que había imaginado.

Mientras caminaba por las calles de Montmartre, un pequeño artista se acercó a ella.

"Bonjour, mademoiselle. ¿Te gustaría un dibujo?"

Sabrina, algo tímida, asintió.

"¡Claro! Me encantaría. Me llamo Sabrina. ¿Cómo te llamás vos?"

"Yo soy Henri. Soy pintor aquí."

Henri le dibujó un retrato sonriendo, y le contó sobre la historia del barrio.

"Montmartre es donde muchos artistas vinieron a crear. Aquí pienso que cada ladrillo cuenta una historia. ¡Como tus libros!"

Sabrina sonrió. Aprendió que la creatividad estaba en todos lados, no solo en los libros.

Al continuar su paseo, decidió probar su primer croissant en una pequeña boulangerie.

"¡Bonjour! Quisiera un croissant, por favor", dijo con un tímido acento. La panadera le sonrió y le respondió:

"Buena elección, pequeña. Disfrútalo con un poco de mermelada."

Sabrina saboreó ese croissant y se sintió como una verdadera parisina. Mientras caminaba por la ciudad, se dio cuenta de que estaba perdida. El mapa no le ayudaba y empezó a sentirse asustada.

"¿Qué haré ahora?" pensaba.

Entonces, recordó las palabras de su mamá y de Henri sobre la importancia de ser valiente. "Voy a pedir ayuda", dijo para sí misma. Se acercó a una mujer que estaba paseando con su perro.

"Excusez-moi, ¿puede ayudarme? Estoy perdida. Quiero ver la Torre Eiffel."

La mujer le sonrió y le indicó con entusiasmo:

"¡Claro! Solo sigue esta calle y gira a la derecha. ¡Es hermosa, no te la puedes perder!"

Sabrina siguió las indicaciones y, después de unos minutos, la vio. La Torre Eiffel brillaba bajo el sol, y su corazón se llenó de alegría.

"¡Es maravillosa!" exclamó.

Decidió subir a la torre. En la cima, miró hacia la ciudad que se extendía ante ella.

"¡Es todo tan hermoso!" pensó.

"Las aventuras están en todos lados, solo hay que atreverse a buscarlas."

Al volver a casa, propuso a su madre compartir lo que aprendió.

"Mamá, en París no solo vi lugares hermosos. Aprendí que hay que ser valiente y nunca tener miedo de pedir ayuda. Además, cada persona tiene su propia historia."

Su madre la abrazó.

"Estoy tan orgullosa de vos, Sabrina."

Desde ese día, Sabrina nunca dejó de explorar, preguntar y compartir sus aventuras. Cada paso en su vida estaba lleno de nuevas posibilidades, y sabía que el mundo estaba lleno de historias esperando ser descubiertas. Ahora, tomaba clases de pintura y soñaba con sus propias aventuras artísticas por el mundo.

Y así, la valiente Sabrina siguió su camino, siempre lista para aprender y vivir nuevas experiencias.

FIN.

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