Safiro y el Valor de Soñar
Era una mañana soleada en el barrio de Safiro, donde los niños jugaban felices en el parque, riendo y corriendo. Safiro permanecía en su habitación, mirando por la ventana con una mezcla de deseo y tristeza. Su cabello rizado brillaba bajo el sol, pero sus ojos reflejaban un anhelo profundo.
"Mamá, ¿puedo salir a jugar al parque?" - preguntó Safiro con voz esperanzada, apretando su aparato para el asma en su mano.
"Lo siento, mi amor. Sabes que no puedes hacer mucho esfuerzo. Es mejor que te quedes aquí y juegues con tus muñecas", respondió su mamá con ternura.
"Pero todos mis amigos están ahí... quiero jugar, correr y sentir el viento en mi cara. No quiero quedarme siempre en casa" - contestó Safiro, sintiendo que la frustración la invadía.
Los días pasaban y el deseo de salir se hacía más fuerte. Un día, mientras dibujaba en su cuaderno, decidió crear un mundo donde pudiera hacer lo que más amaba: jugar deportes.
"Voy a construir un parque imaginario" - se dijo a sí misma. Usó sus lápices de colores para pintar un lugar lleno de árboles, canchas de fútbol y rampas para patinar. Safiro sonreía al imaginarse corriendo con sus amigos, sintiendo la libertad.
Un día, mientras coloreaba su dibujo, su vecino Martín, un niño lleno de energía, entró a su habitación sin avisar.
"¡Safiro! ¡Saliendo a volar cometas! ¿Venís?" - preguntó Martín emocionado.
"No puedo, Martín. Mis papás no me dejan salir" - respondió con un susurro.
Martín se sentó junto a ella, mirando el dibujo.
"¿Por qué no usamos tu imaginación para jugar? Puedo ser un jugador de fútbol y podés ser la gran entrenadora de nuestro equipo" - sugirió Martín.
A esa idea, el rostro de Safiro se iluminó.
"¡Me encantaría! Puedo diseñar estrategias y crear un uniforme para el equipo" - exclamó, sintiendo una chispa de emoción.
Safiro y Martín comenzaron a jugar en su mundo de papel: paso a paso, jugaban partidos, creaban historias y soñaban con un campeonato famoso. Cada día, después de sus clases, se sumergían en esa aventura, riendo y disfrutando. Pero aún había algo que inquietaba a Safiro.
Un día, mientras dibujaban, su aparato para el asma se cayó al suelo. Martín lo miró con curiosidad.
"¿Qué es eso?" - preguntó un poco preocupado.
"Es mi aparato para el asma. Me ayuda a respirar cuando estoy muy cansada, por eso a mis papás siempre les da miedo que salga" - explicó Safiro, sintiendo de nuevo la vergüenza.
"No debería avergonzarte. ¡Es una herramienta! Como un superhéroe que lleva su armadura. ¡Te hace fuerte!" - dijo Martín, intentando alentarla.
La idea de ser una superhéroe le hizo pensar a Safiro. "Si puedo ser la gran entrenadora de nuestro equipo, también puedo ser una superhéroe en el mundo real" - se dijo a sí misma.
Una semana después, se acercaba el día de la competencia de cometas en el parque, y Safiro sintió que la emoción la invadía. Ella y Martín decidieron participar juntos. Safiro empezó a planificar cómo podían hacer la cometa más colorida y aerodinámica.
"¡Vamos a hacer que nuestra cometa tenga la forma de un gran dragón!" - sugirió Safiro, llena de entusiasmo.
"¡Es genial! La volaremos juntas y quizás... ¡podamos ganar!" - dijo Martín mientras se acomodaban las mochilas.
El día de la competencia, Safiro dudaba. Pero cuando llegó al parque y vio a otros niños riendo, corriendo, no pudo contener su sonrisa.
"¡Mirá el dragón!" - gritó un niño.
Safiro sintió una ola de felicidad. Las palabras de Martín resonaban en su mente: "Cualquiera puede ser un superhéroe". Decidió hacer lo que sabía hacer mejor: entrenar a su equipo y animar a sus amigos. Cuando la cometa voló alto en el cielo, sintió que ella también volaba.
A medida que la cometa danzaba entre las nubes, Safiro entendió que su mundo de papel no era un límite. Era un puente hacia la amistad, la alegría y el coraje.
Al final del día, aunque no ganaron, Safiro había ganado algo más grande: confianza.
De regreso a casa, sus papás la miraron con sorpresa al ver su brillo.
"¿Te divertiste, Safiro?" - le preguntó su mamá.
"Sí, más de lo que imaginé. No siempre tengo que estar en casa. Me siento poderosa cuando estoy con mis amigos!" - dijo con una sonrisa.
Y así, cada día, Safiro comprendía que ser diferente no significaba no poder ser feliz. Con su aparato para el asma en mano, sabía que tenía la fuerza para soñar y disfrutar de la vida, aunque sea de una manera distinta a la de los demás. Y lo más importante, aprendió que en la amistad y en la imaginación, siempre habría un lugar para ella.
Así, Safiro siguió construyendo su mundo de sueños, y aunque a veces se sentía limitada, sabía que sus pensamientos podían hacer volar su espíritu alto en el cielo.
FIN.