Salto al valor



o trampolín natural. En ese grupo de amigos, había uno que se destacaba por su valentía y destreza en el agua: Martín, un niño intrépido y con una sonrisa siempre lista para desafiar cualquier reto.

Un día, mientras todos disfrutaban de la frescura del río, Martín propuso un nuevo desafío: lanzarse desde lo más alto del árbol que crecía al borde de la poza. Todos lo miraron sorprendidos, algunos con temor y otros con emoción.

"¡Eso es demasiado alto, Martín! ¿Estás seguro de poder hacerlo?", preguntó Valentina, la más prudente del grupo. "¡Claro que sí! ¡Verán lo emocionante que será!", respondió Martín con entusiasmo.

Sin dudarlo, Martín subió por el árbol hasta alcanzar la rama más alta. Desde allí arriba, pudo ver toda la extensión del río brillando bajo el sol y sintió una mezcla de emoción y nerviosismo. Pero no dejó que el miedo lo detuviera.

"¡Vamos Martín, tú puedes!", animaron sus amigos desde abajo. Con un impulso decidido, Martín se lanzó al vacío y sintió cómo el aire silbaba a su alrededor. El agua se acercaba rápidamente mientras él mantenía los ojos bien abiertos y los brazos extendidos.

Al caer en el agua con un gran chapuzón, emergió entre risas y aplausos de sus amigos. Había logrado el desafío con éxito y su corazón latía fuerte de alegría y satisfacción.

Desde ese día, Martín se convirtió en una inspiración para todos en el grupo. Les enseñó que enfrentar los miedos con valentía puede traer grandes recompensas y que nunca hay que rendirse ante un desafío difícil.

Así, entre risas y aventuras en el río, aprendieron juntos sobre superar obstáculos, confiar en sí mismos y apoyarse mutuamente en cada nueva hazaña. Y cada vez que recordaban aquel salto audaz de Martín, sabían que no había límites para la diversión ni para alcanzar sus sueños más altos.

FIN.

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