Salva y el tatú perdido
Había una vez un niño llamado Salva que vivía en un pequeño pueblo al pie de la montaña. Un día, decidió ir de paseo a un lugar turístico cercano con su familia.
Era un lugar lleno de árboles frondosos, cascadas cristalinas y senderos por los que se podía caminar para disfrutar de la naturaleza. Mientras exploraba el monte junto a sus padres, Salva se separó un poco del grupo y se adentró en un camino más estrecho.
De repente, escuchó un ruido extraño proveniente de unos arbustos cercanos. Con curiosidad, se acercó lentamente y descubrió a un pequeño tatú escondido entre las hojas. El tatú era tan diminuto que parecía recién nacido.
Tenía su caparazón cubierto de tierra y lucía asustado. Salva sintió compasión por el animalito y decidió ayudarlo. "Hola amiguito, ¿estás perdido?", preguntó Salva con voz suave mientras extendía su mano hacia el tatú.
El tatú lo miraba con sus ojitos brillantes y titubeaba en acercarse, pero finalmente confió en Salva y salió lentamente de su escondite. "Sí, me separé de mi mamá y no sé cómo volver a casa", respondió el tatú con voz temblorosa.
Salva entendió la situación del pequeño animalito y decidió acompañarlo en busca de su madre. Juntos emprendieron una travesía por el monte, siguiendo las huellas que la mamá tatú había dejado atrás.
Durante el camino, Salva le contaba historias al tatú para mantenerlo animado y tranquilo. Le hablaba sobre la importancia de cuidar la naturaleza y respetar a todos los seres vivos que habitan en ella. Después de recorrer varios senderos, finalmente encontraron a la mamá tatú buscando desesperadamente a su cría perdida.
Al ver al pequeño acompañado por Salva, la mamá corrió emocionada hacia ellos y los abrazó con cariño. "¡Gracias por traerme de vuelta a mi hijo! ¡Eres un verdadero amigo!", dijo la mamá tatú emocionada.
Salva sonrió feliz al ver reunida a esta tierna familia. "De nada, fue un placer poder ayudarlos. Recuerden siempre que juntos podemos superar cualquier obstáculo", les dijo con ternura antes de despedirse.
Con el corazón lleno de alegría por haber hecho nuevos amigos en el monte, Salva regresó junto a su familia mientras observaba cómo la familia tatú se alejaba entre los árboles del bosque.
Desde ese día, Salva aprendió una valiosa lección: nunca subestimar el poder del amor y la solidaridad hacia todos los seres vivos que comparten nuestro planeta Tierra. Y así continuó explorando nuevos lugares con respeto y empatía hacia cada criatura que encontrara en su camino.
FIN.