Salvador y el Rincón de la Amistad



Era un día soleado en la escuela primaria San Martín. Los rayos del sol iluminaban el patio donde los niños jugaban y reían. Sin embargo, en el salón de clases, las cosas no eran tan alegres. Salvador, un chico de diez años con una sonrisa contagiosa, miraba a sus compañeros discutir sobre quién podía usar el aro de básquet. La tensión flotaba en el aire.

"¿Por qué no podemos jugar todos juntos?", se preguntaba Salvador. En ese momento, decidió que era hora de hacer algo.

Salvador se acercó al grupo que estaba discutiendo.

"Chicos, en vez de pelear por el aro, ¿qué les parece si hacemos equipos y jugamos? Así todos pueden participar."

Los niños se miraron entre sí, dudosos. No estaban convencidos, pero la forma en que Salvador hablaba era tan amena que decidieron darle una oportunidad.

"Está bien, pero sólo si tú formas parte del equipo, Salvador", dijo Mateo, el más grande del grupo.

"¡Claro! Estoy listo para jugar", respondió Salvador con entusiasmo.

Y así nació el primer partido del Rincón de la Amistad. Los equipos estaban formados, y en lugar de discusiones, lo que hubo fue risas, complicidad y mucho juego. Después de un rato, todos se sintieron tan bien que decidieron hacer de esto un encuentro semanal.

Sin embargo, en el siguiente encuentro, algo inusual sucedió. Emily, una niña nueva en la escuela, llegó al aula. Era tímida y parecía asustada. Salvador la observó desde la esquina del salón. Mientras los demás jugaban, decidió acercarse.

"¡Hola! Soy Salvador. ¿Te gustaría unirte a nosotros en el Rincón de la Amistad?"

"No sé... no tengo experiencia jugando", respondió Emily con voz baja.

"¡No te preocupes! Aquí todos aprendemos juntos. Además, lo más importante es disfrutar y pasarlo bien."

Así fue como Emily, animada por las palabras de Salvador, se unió al grupo. Sin embargo, a medida que pasaban las semanas, Emily comenzó a tener dificultades para integrarse: se sentía fuera de lugar y no lograba seguir el ritmo del juego. Un día, fue evidente que estaba frustrada.

"No puedo hacerlo, siempre me quedo atrás", se quejó a Salvador después de un partido.

"No te desanimes, a veces no se trata de ganar o perder, sino de divertirse. ¿Qué te parece si practicas conmigo? Así podrás mejorar sin presión."

Emily asintió, y bajo la supervisión de Salvador, empezaron a jugar y practicar juntos. Con el tiempo, la confianza de Emily creció, y comenzó a disfrutar del juego tanto como los demás. Sin embargo, la situación dio un giro inesperado cuando Mateo, el jugador más fuerte del equipo, empezó a criticarla.

"Emily, ¡eso no se hace así! Vas a hacer que perdamos!" gritó en medio del juego.

Salvador, viendo lo que sucedía, se acercó rápidamente.

"Mateo, no está bien que hables así. Todos estamos aquí para aprender y apoyarnos. Si criticas, ella se va a sentir mal y no va a querer jugar más."

"Pero quiero ganar, y no podemos permitir que alguien que no sabe jugar nos frene," respondió Mateo con desdén.

El ambiente se tornó tenso. Los demás chicos se miraron incómodos. Finalmente, Salvador decidió que era momento de hacer una reunión.

"Chicos, ¿puedo tener su atención, por favor?" todos se callaron y lo miraron.

"Me di cuenta de que cuando hacemos críticas en lugar de apoyo, no solo perjudicamos a los demás, sino que también arruinamos lo que hemos creado con el Rincón de la Amistad. ¿No sería mejor enfocarnos en ayudar a aquellos que necesitan un empujoncito?"

Los niños reflexionaron y, poco a poco, empezaron a entender la importancia de construir un entorno donde todos se sientan incluidos y respetados.

Desde ese momento, todos hicieron un esfuerzo consciente para animar a Emily y a cualquiera que se uniera al juego. Las risas regresaron, y la convivencia mejoró notablemente. Al final del año escolar, todos celebraron un gran partido, donde no solo compitieron, sino que también compartieron historias y momentos inolvidables.

Y así, gracias a la determinación y empatía de Salvador, la escuela San Martín se convirtió en un lugar donde la convivencia, el respeto y la amistad prevalecían, creando un ambiente sano para todos sus estudiantes hasta el final del año.

Y mientras todos jugaban, Salvador sonrió, sabiendo que cada pequeño paso cuenta para construir un mundo mejor.

FIN.

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