Samanta y la travesura transformadora



Había una vez una perrita llamada Samanta, que era la más traviesa de toda la vecindad. Desde que era cachorrita, siempre salía corriendo cada vez que alguien abría la puerta de su casa.

No importaba si estaba lloviendo o hacía mucho sol, Samanta siempre se escapaba y se iba corriendo por las calles llevándose todo por delante. Su dueña, Ana, intentaba atraparla cada vez que esto ocurría, pero Samanta era muy rápida y escurridiza.

"¡Ay, Samanta! ¡Eres un torbellino!", decía Ana mientras veía cómo su perra desaparecía en el horizonte. Un día, mientras jugaba en el patio trasero de su casa, una fuerte creciente llegó al pueblo.

Las aguas subieron rápidamente y se llevaron todo a su paso. Cuando Ana se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, corrió hacia la puerta para rescatar a Samanta, pero ya era demasiado tarde: la perrita había logrado escaparse nuevamente.

Preocupada y angustiada por lo ocurrido, Ana buscó ayuda en sus vecinos para encontrar a Samanta. Todos juntos recorrieron las calles inundadas sin descanso durante días enteros. Buscaron debajo de árboles caídos y detrás de montones de escombros arrastrados por el agua.

Finalmente, después de tanto buscar y llamar a su amiga peluda con todas sus fuerzas, escucharon un débil ladrido proveniente del otro lado del río. Sin pensarlo dos veces, todos tomaron un bote y se lanzaron al agua en busca de Samanta.

Cuando llegaron a la orilla opuesta, encontraron a Samanta empapada y temblando de frío. Estaba asustada y no sabía cómo cruzar de vuelta.

Ana se acercó con lágrimas en los ojos y le susurró: "Samanta, mi querida perrita traviesa, siempre te encuentro donde menos lo espero". Desde aquel día, Samanta aprendió una valiosa lección. Comprendió que su travesura podía llevarla a situaciones peligrosas y alejarla de las personas que más la amaban.

Decidió cambiar su actitud y ser más obediente. A partir de ese momento, cada vez que alguien abría la puerta de su casa, Samanta se quedaba quieta mirando a Ana con ojos suplicantes para pedir permiso antes de salir corriendo.

Y aunque todavía tenía mucha energía, aprendió a canalizarla en actividades divertidas junto a su familia. La historia de Samanta fue conocida por todos en el pueblo, convirtiéndose en un ejemplo inspirador para otros perros traviesos.

Aprendieron que es importante escuchar a sus dueños y cuidarse mutuamente. Y así, gracias a la aventura vivida durante la creciente, Samanta descubrió el valor del amor incondicional y la importancia de mantenerse cerca de quienes nos quieren y protegen.

FIN.

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