Samanta y las Cinco Cuadras a la Playa



Era un brillante día de verano en el barrio de Samanta. Ella, una niña curiosa y llena de energía, miraba por la ventana de su casa mientras soñaba con la playa. La brisa ligera la llenaba de ganas de sentir la arena entre sus dedos. Después de mucho pensar, decidió que era el momento perfecto para explorar el mundo que la rodeaba.

"¡Mamá!" - llamó Samanta con emoción "¡Hoy quiero ir a la playa!"

"Pero Samanta, la playa está a cinco cuadras. Eso es un buen trecho para una nena sola, ¿no crees?" - contestó su mamá con una sonrisa.

Después de una charla llena de preguntas, su mamá decidió acompañarla. Juntas, se calzaron las zapatillas, tomaron un gorro y se pusieron protector solar. Salieron con energía y entusiasmo hacia la playa.

Mientras caminaban, Samanta miraba a su alrededor. Notó que había tantas cosas interesantes en su camino. El primer giro de su aventura llegó cuando en la vereda se encontraron con un grupo de niños jugando a la pelota.

"¡Hola! ¿Puedo jugar con ustedes?" - preguntó Samanta.

"¡Claro! Pero ten cuidado, mira que la pelota puede ir lejos" - le respondió un niño llamado Lucas.

Samanta se unió a ellos y comenzaron a jugar. Rieron, corrieron y hasta hicieron piruetas. El tiempo vuela cuando te diviertes, y de repente, pasó un buen rato antes de que Samanta dijera:

"¡Tengo que seguir! ¡La playa me espera!"

Los niños se despidieron y Samanta y su mamá continuaron su camino, dejando atrás la diversión del juego.

Al traspasar la siguiente cuadra, vieron un perro perdido parado en la vereda, mirando a todos lados con tristeza.

"¡Pobrecito! ¿Qué haces aquí solo?" - exclamó Samanta al acercarse "¿Quieres que te ayudemos a encontrar a tu dueño?"

El perro, al escuchar la voz de Samanta, movió la cola mientras ella lo acariciaba.

"¡Vamos, mamá! ¿Podemos buscarlo?" - insistió Samanta emocionada.

Juntas, decidieron usar la ayuda de los vecinos. Tocaron puertas y preguntaron a las personas si conocían al perro. Después de un rato, finalmente encontraron a su dueño, un niño llamado Thiago que salió corriendo a abrazar a su animal amigo.

"¡Gracias! No sabía dónde estaba!" - dijo Thiago, con gratitud.

"¡Nosotras te ayudamos! Esto fue un gran giro en nuestra aventura hacia la playa, ¿no?" - respondió Samanta mientras se despedía.

Con una sonrisa en el rostro, Samanta y su mamá reanudaron su camino. Sin embargo, los giros sorpresivos no habían acabado. Justo cuando estaban por llegar a la playa, comenzaron a notar que el cielo se oscurecía, y fuertes vientos empezaron a soplar.

"Mamá, parece que viene una tormenta," - dijo Samanta preocupada.

"Tal vez sea mejor volver a casa, ya habrá días soleados para disfrutar del mar," - sugirió su mamá.

Un poco decepcionada, Samanta aceptó, y empezaron a regresar. En el camino, se encontraron con una señora que luchaba por llevar unas bolsas de compras.

"¿Todo bien, señora?" - preguntó Samanta.

"Oh, sí, pero es un poco pesado,” - contestó la señora.

"Nosotras te ayudamos!" - dijo Samanta con determinación.

A pesar de que no llegaban a la playa, Samanta sentía que su día tenía un propósito diferente. Juntas lograron ayudar a la señora a subir las escaleras de su edificio.

"¡Gracias, chicas! Nunca esperé tanta amabilidad en un día de tormenta" - la mujer sonrió con los ojos brillantes.

Finalmente, Samanta y su mamá llegaron a casa. Aunque no habían podido disfrutar de la playa, Samanta se sentía feliz. Había tenido un día lleno de aventuras inesperadas y había hecho nuevos amigos.

"¿Sabes, mamá? La playa no siempre está a cinco cuadras. A veces, la verdadera aventura está en ayudar a otros y crear recuerdos" - dijo Samanta, abrazando a su mamá.

"Exactamente, querida. Siempre hay algo bonito que aprender en el camino, y eso es en lo que tenemos que enfocarnos"

Y desde ese día, Samanta siempre llevó en su corazón la lección de que a veces, el verdadero destino no es un lugar en el mapa, sino las experiencias que compartimos con los demás.

FIN.

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