Samara y los Peluches de la Esperanza
Samara era una niña de diez años que tenía un gran corazón. Vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos. Todos la querían porque siempre tenía una sonrisa en su rostro y una buena acción para hacer. Su pasatiempo favorito era crear peluches de diferentes formas y colores. Usaba telas suaves y colores alegres, y cada vez que terminaba uno, sentía una enorme alegría. Pero lo que hacía que su corazón latiera aún más rápido era pensar en todos los niños que podían recibir sus peluches.
Un día, mientras estaba en casa cosiendo una linda osita rosa, su mamá entró al cuarto, sonriendo.
"Samara, ¿sabías que en el hospital de la ciudad hay muchos niñitos que no pueden jugar al aire libre como vos?"
"No, mamá. ¡Qué triste! ¿Puedo hacer algo por ellos?"
Samara siempre quería ayudar.
"Podrías hacerles algunos de tus peluches. Así pueden tener un amigo en el hospital."
Los ojos de Samara brillaron de felicidad.
"¡Sí! ¡Voy a hacerles muchos!"
Y así fue como Samara comenzó una gran misión. Pasó días y días cosiendo en su habitación, mientras su mamá la ayudaba a elegir los colores. Al principio, hizo un perrito marrón al que llamó Peluche perruno, una gatita gris llamada Miau y un conejo blanco que se llamaba Salto.
Cuando tuvo una bolsa llena de peluches, su mamá la llevó al hospital. Al llegar, Samara sintió un revuelo en su pancita, pero lo que más la llenaba era el deseo de ver sonrisas.
Los enfermeros las llevaron a una sala especial donde había varios niños. Justo cuando entró, notó a un niño con una gorra azul que la miraba con gran curiosidad.
"¡Hola! Me llamo Samara. Hice estos peluches para ustedes. Espero que les gusten!"
Al ver a Samara, los niños sonrieron y comenzaron a acercarse.
"¡Yo quiero uno!" dijo la niña de trenzas.
"¿Puedo elegir?" preguntó el niño de la gorra azul.
Samara repartió cada peluche con mucho amor. Cada vez que un niño abrazaba a su nuevo amigo de peluche, su rostro se iluminaba de felicidad.
"Gracias, Samara. ¡Este peritto es el mejor!"
"Me encanta la gatita. ¡Es tan suave!"
Pero luego, algo inesperado sucedió. Un niño con una sonrisa tímida que estaba sentado en la esquina observando, finalmente se acercó. Tenía una mirada triste en su rostro.
"¿Puedo tener un peluche también?" preguntó suavemente.
Samara lo miró y sintió que debía hacer algo especial.
"Claro, ¿me dirías qué peluche te gustaría?"
"No sé... no sé si me gusta alguno" dijo el niño bajando la mirada.
Samara pensó por un momento y luego sonrió.
"¿Qué te parece si hacemos algo especial? Podemos crear un peluche juntos. ¿Te gustaría ayudarme a diseñarlo?"
Los ojos del niño se iluminaron.
"¿De verdad? ¡Sí!"
Así, Samara y el niño se pusieron a dibujar juntos en una hoja en blanco. Hablaron, rieron y, al final del día, crearon un peluche único: un dragón de peluche verde con alas gigantes.
"¡Es el mejor peluche del mundo!" exclamó el niño, abrazándolo fuerte.
Desde ese entonces, Samara decidió que cada vez que visitara el hospital, llevaría materiales para que los niños pudieran crear sus propios peluches. Ella creía que no solo era importante regalar, sino también compartir momentos y alegrías con quienes más lo necesitaban. Y al final, todos terminaban felices, llenos de risas y sueños.
Samara no solo hizo peluches, sino que también construyó amistades inolvidables. Aprendió que a veces, lo mejor que podemos hacer es escuchar y compartir. Y así, se convirtió en una pequeña heroína de su pueblo, llevando amor y esperanza donde más se necesitaba.
FIN.