Samuel y la Gran Aventura de los Dinosaurios
Era un día radiante en la ciudad de Tandil y nuestro protagonista, Samuel, un niño de diez años con una gran imaginación, estaba emocionado. Samuel adoraba dos cosas: jugar al básquet y construir juguetes de cartón. Un día, mientras ensayaba lanzamientos en la cancha de su barrio, se le ocurrió una idea brillante.
"Voy a construir un helicóptero de cartón para llevar a mis amigos a una aventura especial", se dijo.
Con entusiasmo, se puso manos a la obra. Utilizó cajas de cartón, cinta adhesiva y mucha pintura de colores. Al poco tiempo, su helicóptero relucía bajo el sol.
"¡Listo! Ahora sólo falta que invitar a mis amigos", exclamó Samuel.
Llamó a sus amigos, Ceci y Leo, quienes llegaron corriendo al ver su creación.
"¡Qué copado, Samuel!", dijo Ceci, emocionada.
"¿A dónde vamos a volar con esto?", preguntó Leo, curioso.
Samuel sonrió y les respondió:
"¡A un mundo lleno de dinosaurios!"
Esa era la aventura que había imaginado; un lugar donde los dinosaurios correteaban alegremente. Sin dudarlo, los tres amigos subieron al helicóptero de cartón.
"¡Despegamos!", gritó Samuel mientras hacía ruidos de motor.
Y así, en su imaginación, comenzaron a volar. De repente, surgió un viento fuerte que los hizo tambalear y un remolino mágico los llevó a un bosque prehistórico. Al descender, se encontraron rodeados de enormes árboles y una atmósfera extraña.
"¡Mirá!", sorprendió Leo al señalar un gran dinosaurio. Era un braquiosaurio, que comía hojas de un árbol.
"¡Nunca había visto uno tan grande en la vida!", añadió Ceci.
Los tres amigos comenzaron a explorar y pronto se dieron cuenta de que no estaban solos. Un grupo de pequeños dinosaurios, unos velociraptores curiosos, se acercó a ellos.
"¡Hola! ¡No se asusten!", les dijo uno de los velociraptores.
"¡Hablamos!", se sorprendieron Samuel y sus amigos.
El velociraptor se presentó como Dino y les propuso jugar un partido de básquetbol.
"¿Básquet? ¿Tienen una pelota?", preguntó Samuel.
"Claro que sí, vení con nosotros. Estamos organizando un torneo!", respondió Dino mientras movía su cola emocionado.
Fascinados, Samuel, Ceci y Leo siguieron a Dino hasta una cancha natural hecha de troncos y hojas. Todos los dinosaurios estaban allí, listos para el gran juego.
"No somos tan buenos como ustedes, pero haremos nuestro mejor esfuerzo", dijo otro velociraptor, nervioso.
Y así comenzó el juego entre niños y dinosaurios. Samuel mostró sus habilidades en el básquet, haciendo triples increíbles.
"¡Vamo’ que se puede!", gritaba al tiempo que Ceci y Leo alentaban desde el costado.
Los dinosaurios, aunque no eran tan expertos, se divertían y pronto todo se convirtió en una gran fiesta. Se reían y coreaban al ritmo de los saltos.
Pero en medio de la alegría, una nube oscura cubrió el cielo. Un Tiranosaurio Rex, grande y feroz, apareció en la cancha.
"¡Detengan el juego! ¡Soy el rey de la selva!", rugió el T-Rex.
Todos entraron en pánico, pero Samuel recordó algo crucial.
"Tienes que jugar con nosotros, T-Rex. ¡Es más divertido así!", le dijo con valentía.
El T-Rex, sorprendido, parpadeó.
"¿Jugar? No sé cómo...", dijo tímidamente.
"No importa, vení a intentarlo. ¡Te enseñaremos!", le ofreció Leo.
El T-Rex, inseguro pero curioso, se acercó y los amigos comenzaron a mostrarle cómo driblear y lanzar la pelota. Con cada intento, el T-Rex sonreía más y más.
Poco a poco, se unió al juego, y todos comenzaron a disfrutar. Todos se dieron cuenta de que no importaba si eran dinosaurios o humanos, lo que realmente importaba era divertirse juntos.
"¡Esto es increíble! ¡Me encanta jugar!", rugió el T-Rex al convertir su primer punto.
La cancha resonó de risas y alegría, mientras todos celebraban el momento. Al final del día, Samuel, Ceci, Leo y sus nuevos amigos dinosaurios se despidieron, prometiendo volver a jugar algún día.
"¡Gracias por la mejor aventura de mi vida!", gritó Samuel mientras volvían a subir al helicóptero de cartón.
Y así, después de una jornada llena de diversión y aprendizaje sobre la importancia de la amistad y el trabajo en equipo, los amigos regresaron a su hogar. Samuel miró al cielo y sonrió. Sabía que en su imaginación, la aventura nunca terminaría.
FIN.