Sanchicorrota y la Princesa Doña Blanca
Había una vez, en un mágico lugar llamado las Bardenas, un bandolero valiente conocido como Sanchicorrota. A pesar de ser un bandido, en el fondo tenía un corazón noble. Siempre ayudaba a los más necesitados y nunca robaba a aquellos que no podían defenderse.
En el hermoso castillo de Peñaflor, vivía la Princesa Doña Blanca, una joven llena de gracia y bondad. La gente de su reino la amaba, pues siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás. Sin embargo, su vida no era tan fácil. Un día, un malvado dragón apareció en el reino y empezó a aterrorizar a los habitantes, queriendo llevarse todo oro y joyas del castillo. La princesa necesitaba un héroe.
Un día, mientras paseaba por el borde de su jardín, Doña Blanca vio a Sanchicorrota observando desde la distancia.
"¿Quién es ese hombre tan misterioso?" - se preguntó. Ella sabía que debía hablar con él, así que se armó de valor y lo llamó.
"¡Hola, extraño! ¿Eres el famoso Sanchicorrota?" - gritó con su voz dulce.
Sanchicorrota no se esperaba que la princesa lo reconociera. Se acercó con cuidado y, con una reverencia, respondió:
"Sí, soy yo. Bandolero de las Bardenas, pero no vengo a robar, mi princesa. Estoy aquí para ayudar a quien lo necesite."
Intrigada, Doña Blanca le contó sobre el dragón y su problema.
"¡Debemos hacer algo!" - exclamó la princesa.
"Cuentan que sólo el amor verdadero puede calmar a un dragón furioso. Pero necesitamos un plan. ¿Te gustaría ayudarme?"
Sanchicorrota, aunque renuente, aceptó. Juntos comenzaron a elaborar un plan para enfrentar al dragón.
Los dos decidieron organizar una fiesta en el castillo. Invitaron a todos los habitantes del reino y, por supuesto, al dragón. Así, la idea era que el dragón, al ver que todos estaban felices y disfrutando, se emocionara y olvidara su furia.
El gran día llegó y el castillo de Peñaflor se llenó de risas, música y comida deliciosa. Todo estaba listo. Pero, de repente, un fuerte rugido hizo temblar el castillo. El dragón había llegado.
"¡Qué es todo este ruido!" - bramó el dragón.
La Princesa Doña Blanca, valiente como siempre, se acercó al dragón:
"Querido dragón, hemos organizado esta fiesta para ti. Ven a bailar y a disfrutar con nosotros."
El dragón se detuvo por un momento, un poco confundido pero curioso.
Sanchicorrota, también se acercó, mostrando su mejor sonrisa:
"¡El amor y la alegría son más poderosos que el oro! Ven, únete a la fiesta y descubre lo divertido que puede ser."
Bajo la música y las risas, el dragón comenzó a relajarse. Con cada baile, su corazón se llenaba de alegría y risa. Pronto, olvidó su mala conducta y sólo quería disfrutar como todos los demás.
Al final de la noche, el dragón sonrió y dijo:
"¡Gracias, amigos! Nunca supe que la felicidad era tan contagiosa. Perdonen mis travesuras, ¡prometo ser un dragón bueno!"
La gente aplaudió y Doña Blanca miró a Sanchicorrota con admiración:
"Gracias, valiente bandolero, por traer alegría al reino."
Desde ese día, el dragón se volvió el protector del castillo, y Sanchicorrota se convirtió en un héroe. La princesa y el bandolero se hicieron muy amigos, y, junto a su nuevo amigo dragón, vivieron muchas aventuras juntos.
Y así, en el vedado de Eguaras, el amor, la amistad y la alegría vencieron a la tristeza y al miedo, creando un reino más fuerte y feliz.
Fin.
FIN.