Santa y la Búsqueda de las Cartas Perdidas
Era una fría mañana de diciembre en la ciudad de México. Las luces brillaban y los adornos navideños llenaban las calles. Todos los niños estaban emocionados esperando la llegada de la Navidad. Pero en el taller de Santa Claus, en el Polo Norte, el ambiente era de preocupación.
- ¡Oh, no! –exclamó Santa, con las manos en sus mejillas
Se asomó por la ventana de su taller y vio cómo sus elfos se movían de un lado a otro -¡He perdido las cartas de los niños de la ciudad de México! ¿Qué voy a hacer? Sin esas cartas no sé qué les gustaría recibir esta Navidad! –dijo angustiado.
Sus pequeños ayudantes elfos, Renuente y Espumita, lo miraron con ojos preocupados.
- No te preocupes, Santa, debemos hacer algo –dijo Renuente, siempre con su ingenio.
- Exacto –asintió Espumita–. ¡Vamos a buscar las cartas! Quizás solo se han desordenado.
De inmediato, los elfos emprendieron la búsqueda. Revisaron cada rincón del taller pero no había rastros de las cartas. Fuera de allí, Santa sintió que el tiempo se le acababa. Siguió una idea que le cruzó por la cabeza.
- ¿Y si viajamos a la ciudad de México? Tal vez podamos ayudar a los niños a volver a escribir sus cartas.
Los elfos aclamaron felices.
- ¡Esa es una gran idea! –gritó Espumita.
Así que, con una magia especial, Santa, Renuente y Espumita se subieron en el trineo y, con un ¡Achú, achú! volaron directo a la ciudad.
Al llegar, se encontraron con un bullicio de luces, risas y cantos. Vieron que los niños corrían felices, pero notaron algo: muchos tenían miradas de incertidumbre.
- ¡Hola, niños! –llamó Santa, levantando su voz por encima del bullicio. –Soy Santa Claus, y estoy aquí para ayudar. Algunos de ustedes no han escrito sus cartas, ¿verdad?
Un grupo de niños se acercó curiosamente.
- ¡Sí! –dijo una niña con un gorro rojo–. Me olvidé de escribirla, pero realmente quiero un regalo.
- ¡Yo también! –gritó otro niño detrás.
Entonces, Santa sonrió y dijo:
- No hay problema. Podemos hacer esto juntos. ¡Escribamos nuestras cartas aquí en la Plaza!
Los niños comenzaron a reunirse alrededor de Santa, disfrutando de la idea. Santa sacó un montón de papel y lápices de su bolsa mágica y explicó cómo hacerlo.
- Primero, debemos pensar en lo que realmente deseamos. No solo se trata de juguetes, también se trata de amor y lo que queremos para los demás.
Los niños asintieron, algunos pensativos y otros emocionados.
- ¡Yo quiero que mi hermana se sienta mejor! –dijo un niño con una sonrisa.
- ¡Y yo quiero que mi familia esté unida! –añadió otro.
Santa estaba emocionado por lo que escuchaba.
- ¡Eso es maravilloso! –le dijo Santa, guiñándole un ojo.
Con cada nueva carta que escribían, sus corazones se llenaban de alegría. Todos se contagiaban del buen espíritu de la Navidad.
Finalmente, al caer la tarde, los niños entregaron sus cartas a Santa, quien las guardó con mucho cuidado.
- Gracias a todos por ayudarme. Este año, sus cartas no solo me han dicho qué quieren, sino también lo importantes que son los lazos de amor entre las personas.
Los niños sonrieron y se abrazaron.
Mientras los elfos vieron todo lo que sucedía desde la distancia, se sintieron felices por lo que habían logrado.
- ¡Hicimos un gran trabajo, Santa! –dijo Renuente.
- ¡Sí! Ahora podemos hacer que todos los deseos se hagan realidad! –respondió Espumita emocionado.
Y así, con el corazón contento y el trineo lleno de cartas, Santa volvió al Polo Norte, sabiendo que este año sería especial. Todos habían aprendido que no solo se trataba de regalos, sino de estar juntos y celebrar el amor y la amistad en Navidad.
Desde aquel día, Santa nunca olvidó más sus cartas, y, por supuesto, cada diciembre, volvía a la ciudad de México, no solo para recoger las cartas, sino también para recordarles a los niños que lo más importante no son solo los regalos, sino compartir momentos con quienes amamos.
Y ese fue el verdadero espíritu de la Navidad, que quedó grabado en los corazones de todos.
Fin.
FIN.