Santi, el Superhéroe de los Juguetes
Era un día soleado en el barrio de Villa Alegre. Los niños jugaban felices en el parque, pero al fondo, se oía un pequeño llanto.
- ¿Qué te pasa, Sofi? -preguntó Lucas a su amiga, quien estaba sentada en la vereda con un juguete roto en la mano.
- Mi muñeca se cayó y se rompió el brazo. No sé qué hacer -respondió Sofi, con lágrimas en los ojos.
De repente, una brisa suave recorrió el parque, y un destello de luz salmón apareció en el horizonte. Era Santi, el famoso súper héroe del barrio, conocido por su traje color salmón y su amor por ayudar a los niños.
- ¡Sofi, Lucas! -gritó Santi mientras aterrizaba con un suave giro -No se preocupen, yo puedo ayudar.
Los niños miraron a Santi con asombro. Siempre había escuchado historias de su valentía y su talento para arreglar juguetes. Sofi le mostró su muñeca mientras Santi sonreía.
- ¡Déjame ver eso! -dijo mientras sacaba de su mochila una caja llena de herramientas mágicas que brillaban con colores vibrantes. -Esto es más sencillo de lo que parece.
Con mucho cuidado, Santi comenzó a trabajar en la muñeca. Mientras tanto, Lucas no podía contener su curiosidad.
- ¿Cómo es que siempre tienes la solución, Santi? -preguntó.
- Bueno, Lucas, no solo se trata de tener herramientas. La clave está en escuchar y entender lo que el juguete necesita. Cada uno tiene una historia y un corazón que late -respondió Santi mientras sonreía.
Finalmente, después de unos minutos, Santi le devolvió a Sofi la muñeca, ahora con el brazo perfectamente reparado.
- ¡Está como nueva! -exclamó Sofi, abrazando a su muñeca con alegría.
La sonrisa de Santi se iluminó, pero su día no había terminado. Justo cuando iba a marcharse, escuchó el llanto de un niño a lo lejos.
- Esperen, hay más, ¡vayamos! -dijo Santi mientras corría hacia el sonido. Sofi y Lucas lo siguieron.
Al llegar a un rinconcito del parque, encontraron a un niño llamado Tomás, sentado en el suelo junto a su cochecito de juguete que se había atascado entre unas ramas.
- ¡Hola, Tomás! ¿Qué pasó? -preguntó Santi.
- Mi coche no avanza y no sé qué hacer -sollozó el pequeño.
Santi se agachó y observó la situación con atención.
- ¡No te preocupes! Con un poco de magia y esfuerzo, puedo ayudar.
Mientras intentaba desatascar el cochecito, Lucas y Sofi lo miraban con admiración.
- ¡Vamos, Santi! -gritó Lucas, dándole ánimo.
Finalmente, después de un pequeño tirón y un giro aquí y allá, el cochecito salió de las ramas.
- ¡Lo lograste! -gritó Tomás, saltando de alegría. -¡Gracias, Santi!
- Siempre es un placer ayudar a mis amigos -respondió Santi con humildad.
Pero antes de que pudiera despedirse, escuchó otro grito. Esta vez venía de más lejos, del viejo tobogán.
- ¡Espera, hay más! -dijo Santi, y los niños lo siguieron. Al llegar, se encontraron con Lía, quien había subido al tobogán, pero no se atrevía a bajar, asustada.
- ¡Santi! ¡Tengo miedo! -lloró Lía.
- No te preocupes, Lía. Todos sentimos miedo alguna vez. Pero a veces, un pequeño empujoncito es suficiente -dijo Santi, animándola a que lo intentara.
- Pero... -tartamudeó ella.
- Ven, intentalo, yo estaré aquí abajo esperando para ayudarte y te daré un juguete como recompensa por tu valentía -prometió Santi, levantando la mano como si diera un saludo al final de un juego.
Lía lo miró fijamente, y luego su rostro se iluminó.
- ¡Está bien! -dijo, respirando hondo.
Con un pequeño empujón, se deslizó por el tobogán y aterrizó en los brazos de Santi, quien la recibió con una gran sonrisa.
- ¡Lo lograste! -celebró mientras le entregaba un pequeño autito de juguete de su mochila. -Ahora, eres una valiente.
Lía sonrió, sintiéndose orgullosa de haber conquistado su miedo. Todos los niños alrededor aplaudieron.
Después de un largo día lleno de aventuras y buen humor, Santi se despidió de los niños.
- Recuerden, siempre hay una solución y valientes en cada uno de ustedes. Nunca dejen que el miedo los detenga. ¡Hasta la próxima! -y se marchó volando en su brillante traje salmón.
Los niños, inspirados por las hazañas de Santi, aprendieron que, aunque enfrentaran desafíos, juntos podrían superar cualquier obstáculo, y que siempre estaba bien pedir ayuda si la necesitaban.
Desde entonces, Villa Alegre nunca fue el mismo. Los niños no solo jugaban, sino que también compartían juguetes y ayudaban a sus amigos en apuros, recordando siempre las lecciones de Santi, el superhéroe de los juguetes.
FIN.