Santi y el Misterio del Bosque Brillante
En un rincón del paraíso, lleno de árboles altos y coloridos, vivía un pequeño aña llamado Santi. Santi no era un aña común; tenía el don de volar, sus alas eran de un azul brillante y su risa era tan contagiosa que alegraba a todos a su alrededor. Su mejor amigo era Llefridaner, un curioso dragón de juguete que tenía la habilidad de cobrar vida cuando nadie lo veía. Juntos, formaban un gran equipo en su pequeña aldea.
Un día, mientras exploraban el Bosque Brillante, escucharon un extraño susurro que venía de detrás de un arbusto.
"¿Escuchaste eso, Llefridaner?" - preguntó Santi, con los ojos muy abiertos.
"Sí, parece que alguien necesita ayuda. Vamos a ver qué es", respondió Llefridaner, emocionado por la idea de una nueva aventura.
Al acercarse, descubrieron a un pequeño ciervo atrapado en una red de ramas. El ciervo parecía asustado y no podía liberarse.
"¡Pobrecito! Tenemos que ayudarlo", dijo Santi con preocupación.
"Sí, pero debemos ser cuidadosos. Si no lo hacemos bien, podríamos asustarlo más", sugirió Llefridaner, intentando pensar en la mejor manera de ayudar.
Con mucho cuidado, Santi voló cerca del ciervo, intentando calmarlo.
"No te preocupes, amigo. Estamos aquí para ayudarte", le dijo. El ciervo lo miró con ojos de agradecimiento, pero aún temía moverse. Llefridaner, por su parte, decidió utilizar su tamaño pequeño y sigiloso para acercarse y deshacer la red con su hocico.
Después de unos minutos de trabajo en equipo, el ciervo finalmente fue liberado.
"¡Gracias! Pensé que nunca podría salir", exclamó el ciervo, con lágrimas de gratitud en sus ojos.
"No hay de qué, amigo. Siempre es bueno ayudar a los que lo necesitan", respondió Santi con una sonrisa.
El ciervo, en agradecimiento, les mostró un camino escondido en el bosque.
"Si me siguen, puedo llevarlos a un lugar mágico, donde hay un lago que brilla de noche y flores que cantan durante el día", dijo el ciervo sonriente.
Intrigados, Santi y Llefridaner decidieron seguir al ciervo. Tras una larga caminata, llegaron a un lago resplandeciente, donde las aguas reflejaban las estrellas. Las flores, de colores vibrantes, empezaron a cantar melodías suaves.
"¡Es hermoso!", gritó Santi emocionado.
"Esto es aún mejor que lo que imaginé", agregó Llefridaner, moviendo su cola en señal de alegría.
Pasaron la tarde jugando y explorando el lugar. De repente, se dieron cuenta de que el sol comenzaba a ponerse, y el bosque comenzaba a oscurecerse.
"Debemos volver antes de que oscurezca del todo. No sabemos cómo regresar solos", sugirió Santi.
"Tenés razón. Pero no quiero dejar este lugar mágico. ¿Cómo podemos compartirlo con los demás?" - se preguntó Llefridaner, frustrado.
De repente, el ciervo, que había estado escuchando, dijo:
"Pueden llevarse una flor feliz de este jardín. Cuando se sientan tristes o necesiten alegría, solo tienen que cantar la canción que escucharon aquí y la flor brillará, guiándolos de vuelta a este lugar".
Santi y Llefridaner sonrieron, agradecidos, y recogieron una hermosa flor azul. Prometieron cuidar de ella con todo su amor.
"Vamos, es hora de regresar a casa", dijo Santi, y juntos, siguieron el camino hacia su aldea.
A partir de ese día, Santi y Llefridaner aprendieron que ayudar a los demás no solo traía alegría a quienes asistían sin dudar, sino que también les mostraba a ellos caminos nuevos y mágicos en su propia vida. Siempre recordando la canción del lago, cada vez que necesitaban un poco de alegría o diversión, solo tenían que mirar su flor y recordar que siempre había un poco de magia en el mundo cuando compartían y ayudaban a otros.
FIN.