Santiago y el Gran Día de la Solidaridad
Era una vez un niño de diez años llamado Santiago, que vivía en un pequeño barrio de Buenos Aires. Desde muy chico, Santiago había aprendido la importancia de ayudar a los demás. Siempre encontraba la forma de ser solidario, ya fuera compartiendo su almuerzo con un compañero que no tenía o ayudando a su abuela a llevar las bolsas del mercado.
Un hermoso día de primavera, Santiago decidió que quería hacer algo especial por su comunidad. Así que, al llegar a casa después de la escuela, se sentó con su mamá en la cocina, quien preparaba una deliciosa torta de chocolate.
"Mamá, quiero organizar un Gran Día de la Solidaridad en el parque para ayudar a quienes más lo necesitan. ¿Qué te parece?" - propuso Santiago con entusiasmo.
"Eso suena maravilloso, Santiago. Pero, ¿cómo lo harás?" - le respondió su mamá, interesada en sus planes.
"Podríamos invitar a los vecinos a traer cosas que ya no necesiten: ropa, juguetes, comida... y así recolectar todo para donarlo" - explicó Santiago.
Su mamá sonrió, "¡Eso es una gran idea! Puedo ayudarte a preparar algunas cositas para ofrecer en el evento."
Santiago comenzó a hacer carteles, invitando a todos sus amigos y vecinos al Gran Día de la Solidaridad. El día del evento, el parque se llenó de colores y risas. Los niños traían juguetes que ya no utilizaban, y los adultos aportaban ropa y comida. Había juegos, música y hasta una competencia de baile.
Mientras todos se divertían, Santiago notó que una niña, llamada Lucía, se sentía un poco triste y apartada del grupo. Se acercó a ella.
"Hola, Lucía. ¿Por qué no estás jugando?" - le preguntó.
"Mi mamá me dijo que solo puedo llevar una prenda de ropa al evento, y no sé si a alguien le va a servir" - respondió Lucía, con la voz baja.
Santiago pensó un momento y le dijo: "No importa, lo que importa es que estás aquí. Hagamos un juego juntos. ¿Te parece?"
Lucía asintió, y ambos comenzaron a jugar. Poco a poco, ella se fue uniendo a los demás, y pronto estaba riendo y disfrutando como todos. Santiago se sintió feliz al ver a Lucía sonreír.
Al finalizar el evento, la cantidad de cosas recolectadas era impresionante. La comunión entre los vecinos había crecido, y todos se sentían orgullosos de haber aportado algo al bienestar de otros. Santiago miró a su alrededor y sonrió.
Pero, de repente, vio a un perro callejero, delgado y sucio, que se acercaba al parque. El animal parecía hambriento y asustado. Santiago, sin dudarlo, corrió hacia él con un pedazo de torta que había sobrado de la fiesta.
"¡Hey, perrito! Vení, no tengas miedo" - le dijo mientras se agachaba para ofrecerle la comida. El perro, un poco receloso, dio un paso hacia adelante y comenzó a comer. Santiago se dio cuenta de que el perro necesitaba más que solo comida; necesitaba un hogar.
"Mamá, ¿podemos llevarlo a casa?" - preguntó Santiago emocionado.
"Creo que sería lindo, pero debemos asegurarnos de que esté sano y que podamos cuidarlo" - respondió su mamá, mientras lo acariciaba.
Finalmente, después de hacer algunas averiguaciones y de llevar al perrito al veterinario, Santiago y su familia decidieron adoptarlo. Lo llamaron —"Coco" .
Así, Santiago no solo aprendió que ser solidario con las personas era importante, sino también con los animales. Esa experiencia lo llevó a seguir organizando eventos y recolectas, cada vez más grandes, y así se convirtió en un referente de la solidaridad de su barrio.
Cada año, el Gran Día de la Solidaridad se volvió una tradición, y todos esperaban con ansias la llegada de este día especial. Santiago, con su gran corazón, había demostrado que pequeñas acciones pueden hacer una enorme diferencia.
FIN.