Santiago y la valentía oculta


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, un niño llamado Santiago que no le gustaba ir a la escuela. Siempre encontraba excusas para quedarse en casa, como dolores de cabeza o de estómago.

La verdad era que Santiago se sentía diferente a los demás niños de su clase. Santiago tenía leucemia, una enfermedad que lo hacía ver pálido y débil.

Sus compañeros de clase no entendían por qué siempre estaba cansado y por qué a veces llevaba una gorra para cubrir su cabeza sin cabello. Además, se burlaban de él porque su mamá, María, trabajaba como empleada doméstica en las casas más adineradas del pueblo.

Un día, mientras caminaba hacia la escuela con la mirada baja, Santiago escuchó unas risitas detrás suyo. Se dio vuelta y vio a sus compañeros señalándolo y riéndose de él.

"¡Miren al enfermito! Seguro hoy se desmaya en clase", se burló Pedro, el chico más alto y fuerte del salón. Santiago sintió un nudo en la garganta y las lágrimas asomaron en sus ojos. Corrió hacia un parque cercano donde solía refugiarse cuando se sentía triste.

Se sentó en una banca bajo la sombra de un árbol y dejó caer las lágrimas silenciosamente. "¿Estás bien, amigo?", preguntó una voz dulce desde atrás. Santiago se secó las lágrimas y vio a Lucía, una niña nueva en el colegio que siempre sonreía y parecía muy amable.

"No estoy bien. Todos se burlan de mí por ser diferente", respondió Santiago con sinceridad.

Lucía se sentó a su lado y le dijo: "Santiago, sé que eres especial pero no por tu enfermedad o porque tu mamá sea humilde. Eres especial porque tienes fuerza para enfrentar cada día con valentía". Las palabras de Lucía resonaron en el corazón de Santiago. De repente, sintió un impulso dentro suyo; algo cambió en su interior.

Decidió volver a clases con la frente en alto ese mismo día. Al entrar al salón, todos los niños lo miraron sorprendidos al verlo tan seguro de sí mismo.

Pedro intentó decir algo hiriente pero Santiago lo interrumpió: "Soy diferente porque tengo leucemia pero eso no me define como persona. Mi mamá puede ser humilde pero es la persona más trabajadora y amorosa que conozco".

Los niños escucharon atentamente las palabras de Santiago e incluso Pedro bajó la mirada avergonzado por sus acciones pasadas. Desde ese día, Santiago ya no era solo "el niño enfermito". Se convirtió en el valiente guerrero que luchaba contra la adversidad con una sonrisa en el rostro y amor en el corazón.

Y así demostró que cada uno es único e irrepetible, con virtudes especiales, que nos hacen brillar aunque aveces creemos estar oscuros.

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