Santiago y los Hurones Mágicos
Cada día al amanecer, Santiago, un pequeño de año y medio, se preparaba lleno de emoción para su aventura diaria: ¡una visita al zoológico! Desde que su mamá Lisa y su papá Claudio le regalaron un bono anual, ir al zoo se convirtió en su actividad favorita.
"¡Vamos, Santiago!" - decía su mamá con una sonrisa. "Hoy vamos a ver a Lolo otra vez y también a Paco y a Pepe".
Santiago saltaba de alegría, a sus pequeños pies les costaba contener la emoción. Desde el primer día, había quedado fascinado con los hurones, esos pequeños animalitos traviesos que correteaban de un lado a otro, jugando entre ellos.
Cada hurón tenía su ‘nombre’ especial en la mente de Santiago: Paco, Pepe, Tonny y su favorito, Lolo. Aunque no podía articular las palabras con claridad, cada vez que veía a Lolo, su carita iluminaba como un sol.
- “¡Lolo! ¡Lolo! ” - gritaba Santiago siempre que entraba al área de los hurones.
Con el tiempo, su conexión con los animalitos creció. Parecía que Lolo había notado la presencia especial de Santiago. Un buen día, mientras su papá Claudio lo alzaba en brazos, sucedió algo inesperado.
De pronto, Lolo, el hurón más aventurero, se escapó de su rincón y comenzó a corretear entre las patas de las personas que paseaban por el zoológico.
- “¡Mirá! ¡Se escapó! ” - dijo Lisa alarmada, mientras Claudio se reía.
Santiago sintió que su corazón palpitaba al ver a Lolo tan libre.
- “¡Lolo! ” - volvió a gritar, pero esta vez con determinación.
Emocionado, Santiago bajó de los brazos de su papá y comenzó a correr tras Lolo.
- “¡Santiago! ¡Ten cuidado! ” - exclamo Claudio mientras lo seguía a una distancia prudente.
Santiago se movía ágilmente entre las personas y las barreras, riendo y tratando de alcanzar a su querido hurón. Si había algo que sabía al menos, era que tenía que atrapar a Lolo antes de que se alejara demasiado.
De repente, vio cómo Lolo se escondía detrás de un arbusto. Santiago se arrodilló y se asomó. Sus ojos brillaron.
- “¡Lolo! ¡Ven aquí! ” - lo llamó, con la dulzura que solo un niño pequeño podía tener.
El pequeño hurón, al escuchar la voz de su amigo, salió de su escondite y corrió hacia él. Santiago, lleno de felicidad, lograba por fin tocar a Lolo.
Ese momento fue mágico.
- “¡Lo tengo! ¡Lo tengo! ” - gritó, radiante.
Claudio y Lisa llegaron justo a tiempo para ver cómo Santiago abrazaba a Lolo, mientras una multitud alrededor sonreía y aplaudía.
- “Santiago, ¡lo lograste! ” - dijo Claudio orgulloso.
Con Lolo entre sus brazos y una gran sonrisa en su rostro, Santiago aprendió esa tarde una gran lección: a veces hay que perseguir las cosas que nos hacen felices.
Cuando finalmente los tres se sentaron en una banca a descansar, Santiago miró a su mamá.
- “¿Vas a volver todos los días, mamá? ¡Me gusta ver a Lolo! ”
- “Por supuesto, mi amor. Podemos venir todos los días si quieres” - respondió Lisa, acariciando su cabello.
Desde ese día, Santiago no solo fue un visitante habitual en el zoológico, sino que también se convirtió en un pequeño defensor de los hurones. Cada vez que visitaba, enseñaba a otras personas sobre sus amigos furiosos y cariñosos, Lolo, Paco, Pepe y Tonny.
- “Los hurones son geniales, ¡deben jugar con ellos! ” - les decía a todos, saltando de emoción.
Y así, Santiago no solo cultivó un amor por los animales, sino también una curiosidad y un deseo de aprender que lo acompañaría por el resto de su vida. Con cada nueva visita al zoo, descubría algo diferente, y no solo aprendió sobre los hurones, sino también sobre el valor de la amistad, la alegría de explorar y la importancia de cuidar a los animales.
El zoológico, una simple jaula para algunos, se convirtió en un enorme reino de aventuras para Santiago. Y mientras corriera tras Lolo, sabría que las mejores amistades son aquellas que nos enseñan a ser valientes y a perseguir nuestros sueños.
FIN.