Santiago y su Silla de Ruedas



En una pequeña ciudad argentina, había un niño llamado Santiago. Santiago era un chico como cualquier otro, con una sonrisa brillante y una imaginación desbordante. Sin embargo, había algo que lo hacía diferente: utilizaba una silla de ruedas. A pesar de su valentía y su gran sentido del humor, muchos de los niños de la escuela no querían jugar con él porque sentían que su silla era un obstáculo.

Un día, mientras Santiago estaba en el parque, escuchó una conversación entre dos de sus compañeros de clase, Mateo y Sofía.

"No sé por qué siempre tenemos que invitar a Santiago. No podemos jugar a correr, porque él no puede seguirnos”, dijo Mateo, mientras lanzaba una pelota al aire.

- “Sí, es verdad”, respondió Sofía, mirando a Santiago desde lejos. “Me da un poco de pena.”

Santiago se sintió triste al escuchar eso. No quería que su silla de ruedas se interpusiera en su camino para hacer amigos. El día siguiente, decidió hacer un cambio.

En la escuela, organizó un evento especial: una carrera de obstáculos. Él mismo creó un recorrido adaptado para que todos pudieran participar, no importaba cómo se movieran.

- “¡Chicos! ¡Mañana habrá una gran carrera de obstáculos en el patio! ¡Serán bienvenidos todos, y habrá premios para los mejores! ”, anunció Santiago con entusiasmo.

Los demás niños se miraron con curiosidad.

- “¿En serio, Santiago? ¿Podemos participar todos? ”, preguntó Sofía, intrigada.

- “¡Por supuesto! Con esto quiero demostrar que jugar puede ser divertido para todos, sin importar cómo nos movamos”, respondió Santiago, con una gran sonrisa.

El día de la carrera, muchos niños se acercaron al patio. Algunos llegaban en patinetas, otros con bicicletas y varios habían traído pelotas. Santiago había preparado un desafío especial que incluía saltos, lanzamientos y habilidades para todos. Su objetivo era mostrar que todos podían jugar juntos.

- “¡Bienvenidos a la carrera de obstáculos! ¡Recuerden que lo más importante es divertirse! ”, gritó Santiago mientras se acomodaba en su silla, listo para iniciar.

Los niños comenzaron el recorrido. Al principio, algunos chicos tenían dudas, pero pronto se dieron cuenta de que la carrera era emocionante. La aliento entre ellos empezó a crecer.

- “¡Vamos, Sofía! ¡Esa es la actitud! ”, gritó Mateo mientras saltaba un obstáculo.

- “¡Mirá a Santiago! ”, decía Sofía mientras luchaba con una curva. Santiago estaba disfrutando de la competencia y los risas. Sus compañeros comenzaron a juntarse a su alrededor, animándolo.

Al final de la carrera, todos se sintieron felices y unidos. Habían descubierto que la diversión no depende de cómo jugamos, sino del cariño y el apoyo que nos damos unos a otros.

- “Gracias, Santiago, por esta idea tan genial. Nunca pensé que podría divertirme tanto”, dijo Mateo, con una gran sonrisa.

- “A partir de hoy, quiero que seas parte de nuestro grupo. ¡Eres un amigo increíble! ”, agregó Sofía.

Santiago se sintió lleno de alegría.

- “¡Gracias! ¡Lo disfruté tanto como ustedes! Juntos podemos crear más juegos que nos incluyan a todos”, respondió.

Desde ese día, Santiago no solo ganó amigos, sino también respeto. Los demás chicos entendieron que las diferencias sólo agregan valor a una amistad. Juntos siguieron organizando actividades donde todos podían jugar y colaborar.

Santiago había demostrado que, aunque cada uno tiene su propia forma de moverse por el mundo, la risa y la amistad pueden unir a todos, sin importar las diferencias. Y así, el parque se llenó de alegría cada día.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!