Sara y el sueño de la canasta
Era una soleada mañana en Valencia, y Sara estaba lista para su primer partido de baloncesto en la liga infantil. Desde que era pequeña soñaba con ser jugadora profesional y formar parte del equipo de su ciudad. Con su uniforme recién estrenado, se sentía como una verdadera estrella.
"¡Vamos, Sara! ¡Hoy es el día!" - le dijo su mejor amiga, Lucía, mientras se acomodaba el cabello en una coleta.
"Sí, tengo mariposas en el estómago, pero estoy lista para darlo todo" - respondió Sara, sonriendo.
Las dos se dirigieron a la cancha, donde sus compañeros ya estaban calentando. La emoción era palpable y el aroma de las palomitas en el aire aumentaba la energía del lugar. La multitud alrededor de la cancha vibraba de entusiasmo, y Sara sintió que estaba en el lugar correcto.
Sin embargo, durante el primer cuarto del partido, mientras driblaba con habilidad, un rival hizo un movimiento inesperado, y Sara tropezó, cayendo al suelo con un golpe. El mundo a su alrededor se detuvo. Sara sintió un dolor agudo en su tobillo.
"¡Sara! ¿Estás bien?" - gritó Lucía al ver a su amiga en el suelo.
Sara intentó incorporarse, pero el dolor la hizo caer de nuevo. Un árbitro se acercó y, después de revisarla, le dijo que debía salir del juego.
"Lo siento, Sara. Tienes que descansar. Es mejor que veas el partido desde el banco. No quiero que te lastimes más" - dijo el árbitro con preocupación.
Sara se sentó en el banco, frustrada y triste. Deseaba estar en la cancha con sus amigos, haciendo lo que más le gustaba. Pero en lugar de eso, tenía que observar cómo sus compañeras luchaban sin ella.
"No te preocupes, en la próxima jugada te pasamos el balón y hacemos historia" - le dijo Lucía, tratando de levantarle el ánimo.
La alegría y emoción del partido seguían, pero Sara no podía evitar sentirse como una espectadora en su propio sueño. Cuando finalmente terminó el partido, su equipo ganó, pero ella no sintió esa felicidad pura que había anticipado.
"Tendremos otro partido en una semana. Si te cuidas, podrás jugar" - le dijo el entrenador.
"Sí, pero yo quiero estar con mis compañeras. No quiero quedarme atrás" - respondió Sara, con lágrimas en los ojos.
Los días pasaron, Sara hizo reposo y cuidó su tobillo. Lucía la visitaba y le traía sus juegos de mesa favoritos, y aunque las risas eran parte de sus días, la ansiedad de jugar no desaparecía.
Una semana después, se reunió con el médico.
"Sara, tu tobillo está casi listo. Solo tienes que hacer unos ejercicios de fortalecimiento antes de jugar" - le dijo el médico.
Con determinación, Sara siguió cada ejercicio al pie de la letra. Poco a poco comenzó a sentir que su tobillo mejoraba. Se dio cuenta de que debía trabajar más duramente que antes y, con la ayuda de Lucía y sus compañeros, volvió a la cancha para practicar.
Finalmente, llegó el día de la revancha.
"¡Sara está de vuelta!" - exclamó Lucía mientras saltaba emocionada al verla con el uniforme.
"Hoy voy a dar lo mejor de mí" - sonrió Sara, con la confianza renovada.
El partido comenzó, y Sara pronto se dio cuenta de que había superado sus limitaciones. Driblaba, pasaba y anotaba, todo mientras se sentía más fuerte que nunca. Un momento especial llegó cuando, en un último segundo crucial del juego, Sara recibió el balón en la línea de tres.
"¡Tú puedes, Sara!" - gritó Lucía desde la grada.
Con toda la fuerza y la determinación que había acumulado, Sara lanzó el balón hacia la canasta. El tiempo pareció detenerse. Y ¡swoosh! El balón entró. El gimnasio estalló de alegría.
El equipo ganó el partido, y Sara se sintió más que nunca parte de algo grande.
"Lo hiciste, Sara. Estoy muy orgullosa de ti" - la abrazó Lucía.
"No solo fue una sexta. Fue un recordatorio de que lo más importante es nunca rendirse, incluso cuando las cosas no salen como uno espera" - reflexionó Sara.
Desde ese día, Sara aprendió que las lesiones son una parte del deporte, pero también lo es la superación y el trabajo duro. Su amor por el baloncesto se volvió aún más fuerte, y cada partido se convirtió en una oportunidad para demostrar su pasión y perseverancia. Y así, con esfuerzo y dedicación, logró siempre recordar que lo más importante no era el resultado, sino la valentía de levantarse después de caer.
FIN.