Sebastián y el Tesoro de la Amistad
Había una vez un niño llamado Sebastián, que vivía en un encantador barrio lleno de juegos, risas y amigos. Sin embargo, Sebastián tenía un problema: no quería compartir sus juguetes con los demás, y cuando los niños le pedían que jugara con ellos, en lugar de decir 'no', optaba por empujarlos y pegarles.
Un día soleado, mientras todos jugaban en el parque, Sebastián estaba sentado en una esquina con su enorme colección de autitos. "¿Por qué no me invitan a jugar?" - se quejó, frustrado.
Al ver cómo se divertían los demás, un niño llamado Tomás se acercó. "Sebastián, ¿quieres jugar con nosotros? Podemos hacer una carrera de autitos", le sugirió, sonriendo.
Pero Sebastián frunció el ceño. "¡No! Mis autitos son solo míos. ¡Quiero jugar solo!" - y, para su sorpresa, empujó a Tomás.
El niño se cayó de espaldas, y Sebastián sintió un pequeño retortijón en su estómago. "¿Por qué me duele esto?" - se preguntó, mientras los demás niños lo miraban con desaprobación.
Esa noche, Sebastián no podía dormir. Pensaba en lo que había pasado en el parque. "Tal vez me gustaría jugar con ellos, pero no quiero compartir", se dijo en voz alta.
Al día siguiente, decidió que cambiaría su actitud. Cuando volvió al parque, vio a Tomás "Hola, Tomás. ¿Puedo jugar con vos en la carrera?" - intentó decir Sebastián, sintiéndose un poco nervioso.
Tomás lo miró sorprendido. "Claro, pero puedes usar solo un autito."
Sebastián asintió, y juntos comenzaron a jugar. Al principio le costó dejar de lado su egoísmo. "¡Esto es tan divertido!" - exclamó al ver cómo sus autitos competían entre sí, empujados por la emoción de la carrera.
Pronto, otros niños se unieron a ellos. "¿Puedo usar tu autito, Sebastián?" - preguntó una niña llamada Carla. En vez de enojarse, Sebastián sonrió. "¡Sí, claro! Aquí tenés uno de mis favoritos."
Los niños empezaron a jugar juntos, compartiendo risas y sueños. Sebastián se dio cuenta de que no necesitaba tener todos sus juguetes para divertirse. "¡Miren, somos un gran equipo!" - exclamó feliz.
Pero lo que Sebastián no sabía era que esa misma tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse, un niño nuevo llegó al parque, un niño llamado Lucas, que parecía triste. Los amigos de Sebastián lo notaron y decidieron acercarse.
"Hola, ¿te gustaría jugar con nosotros?" - preguntó Tomás.
"No tengo juguetes…" - respondió Lucas, bajando la mirada.
Sebastián se sintió conmovido. Sin pensarlo, corrió hacia su mochila y le ofreció uno de sus autitos. "¡Tomá, podes jugar con nosotros!" - dijo.
Lucas sonrió por primera vez. "¿De verdad? Gracias, Sebastián!" - respondió, con ojos llenos de alegría.
Desde ese día, Sebastián y sus amigos no solo compartieron sus juguetes, sino también sus sueños y risas. Sebastián aprendió que compartir no solo trae felicidad a los demás, sino que también lo hacía muy feliz a él.
Así, Sebastián se convirtió en un niño conocido no solo por su colección de autitos, sino por ser un gran amigo al que le encantaba compartir. Y en cada carrera de autitos, había un lugar especial para todos los que querían jugar.
Y así, en el parque, por donde pasaban muchas aventuras, los niños descubrieron que el verdadero tesoro no era tener más juguetes, sino tener más amigos. La historia de Sebastián se convirtió en un hermoso recuerdo que todos atesoraron, llenando sus días de risas y, sobre todo, de amistad.
.
FIN.