Sebastián y la Merienda Solidaria
Hoy, Sebastián llegó a la escuela con una nube oscura sobre su cabeza. Caminó por los pasillos con la mirada baja, casi sin ganas de hablar. Al entrar al aula, su amigo Lucas lo saludó con entusiasmo.
"¡Hola, Sebastián! ¿Cómo estás?"
"No muy bien, Lucas. Hoy no tengo merienda. Mi mamá no pudo comprarla porque no tenía plata..."
Lucas frunció el ceño, preocupado por su amigo. Sabía lo importante que era la merienda para Sebastián, especialmente cuando llegaba el momento del recreo. Pero, en lugar de dejarse llevar por la tristeza, Lucas decidió actuar.
"No te preocupes, yo puedo compartir mi sándwich contigo. No quiero que te quedes sin comer."
Sebastián esbozó una pequeña sonrisa, pero a la vez sentía un nudo en su estómago.
"No quiero que compartas, Lucas. ¡Es tu merienda!"
Lucas insistió.
"¡Vení! Es solo un sándwich. Somos amigos, y podemos ayudarnos entre nosotros. Compartir es lo que hacemos los amigos, ¿no?"
Ese gesto hizo que Sebastián se sintiera un poco mejor, pero sentía que había algo más que podía hacer para ayudar a su mamá y a ellos mismos. Durante la clase, su maestro, el señor Pérez, notó que Sebastián no estaba del todo bien y le preguntó:
"Sebastián, ¿pasa algo? Te veo preocupado."
Sebastián se armó de valor y le contó todo.
"Mi mamá no pudo comprarme la merienda y..."
"Entiendo, amigo. A veces hay días difíciles. Pero, ¿sabés qué? Siempre podemos ayudarnos unos a otros. ¿Tenés alguna idea de cómo podríamos hacer algo al respecto?"
Con la ayuda del maestro y la energía de su amigo Lucas, Sebastián empezó a pensar en ideas.
"Podríamos tener un día de merienda solidaria en la escuela. Cada uno puede traer algo de casa y compartirlo. Así, todos podremos disfrutar y nadie estará triste por no tener merienda."
El señor Pérez se iluminó.
"¡Esa es una excelente idea! Podemos hacer un cartel y organizarlo para el viernes. Pero, además, también podríamos crear un 'banco de meriendas' en nuestra escuela. Así, los que lo necesiten siempre tendrán algo para comer."
Sebastián sintió que las nubes se disipaban un poco.
"¡Me encanta! Así, nadie se sentirá solo como yo me sentí hoy."
Los chicos se entusiasmaron y comenzaron a preparar el evento. Cada uno aportó algo: galletas, frutas, sándwiches. El viernes llegó, y el aula se convirtió en un festín colorido.
"¡Esto es increíble!", exclamó Lucas mientras llenaba su plato.
"Sí, ¡mira cuántas cosas hay para probar!"
Sebastián sentía que su corazón se llenaba de felicidad al ver a todos compartiendo. Empezó a entender que, aunque a veces las cosas no salgan como uno quiere, siempre se puede encontrar una solución si se trabaja juntos.
Justo cuando pensaba que el día ya era perfecto, se acercó una compañerita, Ana, con una sonrisa.
"Gracias, Sebastián. Por hacer esto posible; me siento muy feliz de que todos estemos juntos."
Y así, en medio de risas y el delicioso aroma de las meriendas compartidas, Sebastián aprendió que los momentos difíciles pueden convertirse en grandes oportunidades de amistad y solidaridad.
Desde ese día, cada vez que alguien llegaba triste o sin comida, el banco de meriendas estaba ahí, listo para ayudar. Sebastián y Lucas no solo se habían ayudado a ellos mismos, sino que habían hecho de su escuela un lugar mejor para todos.
"Nunca olvides, Sebastián", le dijo el señor Pérez al finalizar la jornada, "cada acto de bondad cuenta. Y si trabajamos juntos, siempre encontraremos una salida."
Sebastián se marchó a casa pensando en lo que habían logrado, sintiéndose parte de una gran familia. Y esa noche, al cenar, le contó a su mamá todo lo que había pasado.
"Mi amor, estoy muy orgullosa de vos. Si necesitás algo, siempre podés contar con tus amigos y esas ideas maravillosas que tenés."
Ahora, cada vez que Sebastián llegaba a la escuela, no solo llevaba su merienda, sino también su alegría y disposición para ayudar a los demás. Y así, Sebastián, Lucas y sus amigos vivieron muchas más aventuras de amistad y solidaridad.
FIN.