Selva Almada y el Misterio de los Comechingones
Era un día soleado en Córdoba, Argentina. Selva Almada, una joven escritora, se encontraba en medio de un bosque vibrante. Mientras exploraba cerca del Cerro Colorado, sintió algo especial en el aire, como si el pasado estuviera vibrando a su alrededor. Con su cuaderno en mano, decidida a escribir historias, se adentró aún más en el misterioso lugar.
De repente, una voz suave la interrumpió. "¿Quién anda por aquí?" - Selva se dio vuelta y vio a una niña con una piel bronceada, vestida con ropas de colores naturales y adornos de plumas.
"Soy Selva, una escritora. Estoy buscando historias para contar," - respondió, muy intrigada por la aparición de la niña.
"Soy Yara, de la comunidad comechingón. Mis ancestros cuidaban estas tierras. ¿Quieres conocer nuestras historias?" - le ofreció la niña con una sonrisa amplia.
Selva asintió, emocionada. "¡Sí, por favor!" - gritó, sintiendo que ese momento sería importante para su futuro como escritora. Yara entonces comenzó a guiarla por el cerro, revelando secretos de la naturaleza y de su cultura.
Mientras caminaban, Yara enseñó a Selva cómo hacer una pequeña artesanía con hojas y barro. "Nuestros mayores nos enseñaron a respetar y cuidar la tierra. Cada hoja, cada río, tiene un significado especial," - explicó la niña. Selva tomó nota, sintiéndose inspirada por la sabiduría de los comechingones.
Cuando llegaron a un claro, Yara le mostró a Selva un antiguo árbol. "Este árbol es sagrado para nosotros. Aquí es donde compartimos nuestras historias. ¿Te gustaría contar una?" - le preguntó. Selva asintió, y decidió contarle a Yara la historia de un río que daba vida a un pueblo. A medida que hablaba, se sentía cada vez más conectada con el lugar y su historia.
Pero justo cuando estaba en medio de su relato, un gran estruendo resonó. Un pequeño deslizamiento de tierra comenzó. "¡Debemos irnos!" - gritó Yara. Ambas niñas corrieron rápidamente, esquivando rocas y las ramas caídas, hasta llegar a un lugar seguro.
"¡Eso fue aterrador!" - exclamó Selva, aún con el corazón latiendo fuerte. "¿Estás bien?" - se preocupó por su nueva amiga.
"Sí, gracias. Es una señal de que debemos ser cuidadosas con lo que nos rodea. La tierra nos habla," - respondió Yara. Luego se sentaron, relajándose al notar que el peligro había pasado.
Selva tomó un profundo respiro y se dio cuenta de que su experiencia con los comechingones había sido mucho más que solo escuchar historias. Había aprendido sobre el respeto a la naturaleza, y el valor de la amistad y la conexión con la tierra.
Al final del día, Selva se despidió de Yara. "Estoy muy agradecida porque me enseñaste tanto. Prometo llevar con migo la sabiduría de tu gente." - Yara sonrió. "Siempre serás parte de nuestra historia, Selva. Nunca olvides lo que aprendiste aquí."
Cuando Selva volvió a casa, se sentó en su escritorio, y mientras escribía su nuevo libro, sentía la voz de Yara guiándola. Sus palabras estaban llenas de la magia del Cerro Colorado y de las historias comechingonas.
Y así, cada vez que Selva escribía, recordaba sus enseñanzas. Y gracias a su aventura en el pasado, sus libros se convirtieron en puentes entre culturas, llenos de esperanza, respeto y alegría.
Selva Almada jamás olvidó la conexión con Yara y su gente, y siempre alentó a otros a escuchar la tierra y sus historias, porque cada uno de nosotros tiene algo que aportar al mundo con nuestras vivencias. Al final, sus libros no solo contaron historias, sino que enseñaron a cuidar y amar nuestra tierra, dejando un mensaje perdurable para las futuras generaciones.
FIN.