Sembrando tradiciones



Había una vez, en lo alto de las montañas de los Andes, una niña llamada Yuria. Desde muy pequeña, Yuria se sentía profundamente conectada con sus raíces y estaba orgullosa de su herencia andina.

Creció rodeada de historias sobre la importancia de la siembra y el respeto por la Madre Tierra. Un día, mientras Yuria jugaba cerca del río, el dios sol Inti decidió recompensar su amor por sus orígenes.

Bajó del cielo y le otorgó un collar mágico que brillaba intensamente. —"Yuria" , dijo el dios sol con una voz cálida, "te premio por tu amor a la tierra y tus raíces. Este collar te dará sabiduría y poder para proteger nuestra amada Pachamama".

Con el paso del tiempo, Yuria creció convirtiéndose en una mujer fuerte e inteligente. Sin embargo, comenzó a notar que las nuevas generaciones no mostraban interés en preservar las tradiciones ancestrales ni cuidar el medio ambiente.

Esto entristeció profundamente a Yuria y decidió tomar acción para cambiar esta situación. Un día soleado, Yuria decidió organizar un encuentro comunitario en su pueblo.

Invitó a todas las personas mayores que aún recordaban los rituales antiguos y les pidió que compartieran sus conocimientos con los jóvenes. "-¡Amigos! -exclamó Yuria emocionada-. ¡Hoy nos reunimos para aprender sobre nuestras tradiciones! Quiero contarles acerca de nuestro pasado glorioso y cómo podemos salvar nuestra querida tierra".

Los ancianos se emocionaron al ver el entusiasmo de Yuria y comenzaron a relatar historias sobre la importancia de la siembra, la conservación del agua y el respeto por los animales. Los jóvenes escuchaban atentamente, fascinados por las enseñanzas ancestrales.

Pero Yuria sabía que solo contar historias no sería suficiente para cambiar sus actitudes. Necesitaba algo más impactante. Entonces, tuvo una idea brillante: decidió organizar un concurso entre los jóvenes del pueblo. "-¡Escuchen todos! -anunció Yuria con entusiasmo-.

¡Vamos a hacer un desafío de siembra! Cada joven tendrá su propia parcela para cultivar y quien logre obtener la cosecha más abundante será reconocido como el protector de nuestra tierra". Los jóvenes aceptaron el desafío y se dividieron en grupos para preparar sus terrenos.

Durante semanas, sembraron semillas con amor y dedicación, aprendiendo técnicas ancestrales que habían sido olvidadas. El día de la cosecha llegó finalmente, y todos los participantes estaban ansiosos por ver los resultados.

Los campos estaban llenos de verdor y vida gracias al arduo trabajo de cada uno. Yuria caminó por cada parcela admirando las hermosas plantas que habían crecido. Finalmente, anunció al ganador: un joven llamado Martín cuyo maíz había crecido alto y fuerte. "-¡Felicidades Martín! -exclamó Yuria-.

Tu dedicación ha dado frutos maravillosos. Eres un ejemplo para todos nosotros". Martín, con una sonrisa en el rostro, se acercó a Yuria y le dijo: "-Gracias Yuria.

Ahora entiendo la importancia de nuestras tradiciones y cómo podemos cuidar nuestra tierra". Desde aquel día, los jóvenes del pueblo comenzaron a valorar sus raíces y se comprometieron a seguir las enseñanzas de sus antepasados. Juntos, trabajaron para preservar la naturaleza y promover una vida sostenible.

Yuria, feliz por haber despertado el interés de la nueva generación en sus orígenes y el cuidado del medio ambiente, siguió siendo un faro de sabiduría para su comunidad.

Gracias a ella, la siembra volvió a ser valorada y respetada como antes en los Andes. Y así concluye esta historia llena de aprendizaje y amor por nuestra madre tierra. Recordemos siempre que nuestras acciones pueden marcar la diferencia en la protección y preservación del mundo que nos rodea.

FIN.

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