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Había una vez un mono llamado Cuco que vivía en la selva. Cuco era muy travieso y siempre estaba buscando algo para comer. Un día, mientras saltaba de árbol en árbol, vio a lo lejos un bolso bacano.

Sin pensarlo dos veces, se acercó corriendo. Dentro del bolso, había muchas cosas interesantes: dulces, frutas y hasta algunas galletas. Cuco no podía creer su suerte.

Se sentó junto al bolso y comenzó a devorar todo lo que encontraba. Mientras tanto, cerca de allí vivía Tronco, un elefante muy amable pero también muy hambriento. Tronco no había comido nada en todo el día y su estómago rugía de manera estruendosa.

Tronco caminaba por la selva cuando escuchó el sonido de alguien masticando. Siguió el ruido y llegó hasta donde estaba Cuco disfrutando del festín del bolso bacano. "¡Hola, Cuco! Veo que has encontrado algo delicioso para comer", dijo Tronco con una sonrisa.

Cuco miró a Tronco con los ojos bien abiertos y respondió: "Sí, Tronco ¡Está lleno de comida! Pero ya casi no queda nada".

Tronco suspiró decepcionado pero luego tuvo una idea brillante: "Cuco, ¿qué te parece si compartimos? Yo tengo una gran reserva de alimentos en mi escondite secreto". Cuco dudó un momento pero finalmente aceptó la propuesta de Tronco. Juntos se dirigieron hacia el escondite secreto de Tronco, que estaba lleno de frutas frescas y sabrosas.

Cuco se sorprendió al ver la cantidad de comida que tenía Tronco guardada. "¡Es impresionante! ¡Nunca había visto tantos alimentos juntos!", exclamó Cuco emocionado. Tronco sonrió y le explicó a Cuco: "Siempre es mejor compartir lo que tenemos con los demás.

No importa cuánto tengamos, siempre habrá suficiente para todos si aprendemos a compartir". Desde ese día, Cuco y Tronco se convirtieron en grandes amigos. Juntos exploraban la selva en busca de comida y compartían todo lo que encontraban.

Poco a poco, otros animales del bosque se dieron cuenta de la generosidad de Cuco y Tronco, y comenzaron a unirse a ellos en sus aventuras. Pronto formaron una gran familia donde todos compartían lo que tenían sin egoísmo ni codicia.

Y así, gracias al gesto amable de compartir, la selva se convirtió en un lugar más feliz y armonioso para vivir. Todos los animales aprendieron el valor de dar sin esperar nada a cambio.

La historia del bolso bacano nos enseña que no importa cuánto tengamos, siempre podemos encontrar felicidad al compartirlo con los demás. Y recuerda: ¡nunca subestimes el poder del compañerismo y la generosidad!

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