Simón, el Dragón sin Fuego



En lo alto de una montaña, donde las nubes acarician las cumbres y los árboles susurran antiguas historias, vivía Simón, un dragón muy especial. A diferencia de los otros dragones, que lanzaban llamas coloridas por su boca, Simón no podía hacer fuego. Esto lo hacía sentir triste y solitario.

Una mañana, mientras se asomaba por el borde de su cueva, vio a los dragones volar y jugar entre sí, lanzando espirales de fuego en el aire.

"¡Oh, cómo me gustaría hacer eso también!" - suspiró Simón, mirando con tristeza.

"No llores, Simón. A veces, lo que creemos que es una debilidad, puede llevarnos a descubrir algo grandioso" - dijo su amiga, la ardilla Pepita, que siempre lo animaba.

Simón se secó las lágrimas y se quedó pensando en las palabras de Pepita. Pero cada día era igual: los otros dragones se reían de él por no poder hacer fuego.

Un día, mientras Simón estaba practicando su rugido, escuchó un grito que rompió la calma de la montaña.

"¡Ayuda! ¡Ayuda!" - era un pequeño pajarito que había quedado atrapado en una red.

Simón se acercó volando rápidamente y vio al pajarito intentando liberarse.

"No te preocupes, yo te ayudaré" - dijo Simón con determinación.

Pero cuando intentó usar sus garras, tenía miedo de lastimar al pajarito. Entonces, recordó algo: él tenía una voz fuerte y hermosa. Con su canto, trató de calmar al pajarito, quien dejó de moverse poco a poco.

Como un verdadero caballero, usó su gran cuerpo para cubrir al pajarito, evitando que se asustara más, y con delicadeza, utilizó sus patas para liberar las cuerdas de la red.

Tan pronto como el pajarito estuvo libre, levantó el vuelo y comenzó a hacer giros en el aire, contento.

"¡Gracias, gran dragón! ¡Eres un héroe!" - exclamó el pajarito.

Simón sonrió, sintiendo un calor en su corazón que nunca había sentido antes. Su alegría fue tan grande que se puso a bailar y a cantar.

Esa tarde, varios animales de la montaña, atraídos por su hermosa voz, se acercaron para verlo.

"Simón, qué lindo cantás. Nunca antes habíamos escuchado algo tan hermoso" - comentó un ciervo, impresionado.

Simón, animado, siguió cantando mientras aquellos animales se reunían alrededor de su cueva.

Esa noche, Simón se dio cuenta de algo importante: aunque no podía hacer fuego, tenía un talento único que lo hacía especial, y podía usarlo para alegrar a los demás.

Así, decidió que, en vez de compararse con los otros dragones, trabajarían juntos.

Un día, se le ocurrió una gran idea.

"¿Y si hacemos un gran espectáculo donde pueda cantar y ustedes hagan fuego?" - propuso a los demás dragones.

Los dragones, sorprendidos, aceptaron. Así, comenzaron a preparar el gran show. Simón ensayó su canto, mientras que los demás dragones practicaban sus trucos con el fuego al ritmo de su melodía.

El día del espectáculo, la montaña estaba llena de animales y seres mágicos que venían a ver qué pasaría.

Cuando Simón comenzó a cantar, los dragones lanzaron fuego al ritmo de su voz. Las llamas danzaban en el aire, mientras Simón brillaba con su cancionero. Todos aplaudieron y celebraron.

A partir de ese día, Simón dejó de sentirse triste. Descubrió que tener un talento diferente no lo hacía menos que los demás, sino que lo hacía único y especial.

Y así, en la cima de la montaña, el dragón Simón encontró su lugar no sólo como un dragón, sino como un gran artista que unía a todos los seres de la montaña, llenando sus corazones de alegría.

FIN.

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