Simón y el Misterio del Quilombo de Tío Raúl
En un lugar lleno de colores y risas llamado el Quilombo de Tío Raúl, vivía un niño muy especial llamado Simón. Simón era un niño curioso y aventurero. Por las mañanas, le gustaba recorrer los pasillos llenos de luces, donde cada habitación guardaba un secreto.
Un día, mientras paseaba por los pasillos, se detuvo frente a una puerta que nunca había visto. Desde adentro llegaban sonidos alegres y ruidos extraños. Simón, intrigado, decidió que tenía que investigar.
"¿Qué habrá adentro?" -se preguntó mientras imaginaba cosas mágicas, como dragones y tesoros.
Sin pensarlo dos veces, empujó la puerta y entró. Para su sorpresa, estaba en una habitación enorme, llena de colores y juegos; era la sala de fiestas del quilombo. Había niños de todas partes, riendo y baileando al ritmo de la música. En una mesa grande había un montón de golosinas y exquisitos postres que Simón nunca había visto.
"¡Hola! ¿Quién sos?" -le preguntó una niña con una corona de papel.
"Soy Simón, vengo de los pasillos" -contestó con timidez.
"Genial, ¡estamos celebrando el día de los juegos! Vení a jugar con nosotros" -invitó la niña.
Así fue como Simón se unió a un juego donde todos tenían que correr y atrapar un pañuelo. Al principio, Simón se sintió un poco nervioso, pero poco a poco comenzó a disfrutar. Se rió, corrió y saltó, sintiendo que pertenecía a ese grupo. Al finalizar el juego, Simón estaba muy emocionado. Se acercó a la mesa, donde había pastelitos y jugos.
"¿Puedo probar eso?" -preguntó señalando un pastelito de colores.
"¡Claro! Es de frutilla, uno de los mejores" -le respondió el niño que estaba al lado.
Simón tomó un bocado y su rostro se iluminó.
"¡Es delicioso!" -exclamó feliz.
Los niños lo miraron sonriendo y le ofrecieron más. Así, Simón empezó a entender que en el Quilombo de Tío Raúl había siempre espacio para la amistad y la diversión.
A medida que pasaban las horas, Simón se dio cuenta de que cada actividad que habían compartido era una forma de unión. Los niños no solo jugaban, sino que también se ayudaban entre ellos. Al final del día, se sentó sobre un gran cojín y vio a todos reír juntos.
"¿Ustedes también son amigos?" -preguntó un tanto curioso.
"¡Claro! Todos somos amigos aquí. En el Quilombo, la alegría se comparte" -dijo la niña de la corona.
Simón sonrió. No solo había descubierto un lugar lleno de juegos y cosas ricas, sino también encontró algo más valioso: la amistad. Se dio cuenta de que no necesitaba estar solo en sus aventuras; siempre podría haber alguien a su lado.
Desde ese día, Simón no volvió a vagar solo por los pasillos. Cada vez que quería, iba al Quilombo de Tío Raúl, donde todos lo esperaban con los brazos abiertos, listos para jugar y compartir. Y así, Simón siguió explorando, siempre rodeado de amigos, descubriendo que lo más rico de la vida es compartir momentos con los demás.
FIN.