Simón y la Luna Amiga



Había una vez, en un hermoso bosque argentino, un lobito llamado Simón. Era curioso y aventurero, siempre buscando nuevas experiencias y aprendizajes. Pero había algo que le fascinaba por encima de todo: la luna.

Todas las noches, Simón se sentaba en lo alto de una colina para observarla. Quedaba maravillado con su brillo plateado y soñaba con poder tocarla algún día.

Sin embargo, había un pequeño problema: la luna estaba muy alta en el cielo y Simón no sabía cómo llegar hasta ella. Un día, mientras exploraba el bosque, Simón se encontró con una tortuga llamada Matilda. Le contó su deseo de alcanzar la luna y le pidió ayuda.

Matilda sonrió amablemente y dijo: "Simón, la luna está muy lejos para que puedas alcanzarla directamente. Pero tengo una idea". La tortuga explicó que cerca del río mágico vivía un viejo búho sabio llamado Don Héctor.

Él conocía muchos secretos del bosque y tal vez podría ayudar a Simón a cumplir su sueño. Sin perder tiempo, los dos amigos se dirigieron al río mágico. Allí encontraron al búho Don Héctor posado en una rama alta de un árbol centenario.

"Don Héctor", exclamó Simón emocionado "¡Quiero tocar la luna! ¿Puedes ayudarme?"El búho miró fijamente a los ojos del lobito y dijo: "Simón, para tocar la luna debes aprender a volar. Pero no te preocupes, tengo algo que puede ayudarte".

Don Héctor les contó sobre una planta especial llamada "Alas de ángel" que crecía en lo profundo del bosque encantado. Esta planta tenía hojas mágicas que permitían volar a quien las usara.

Llenos de entusiasmo, Simón y Matilda se adentraron en el bosque encantado, siguiendo las indicaciones del búho sabio. Después de mucho buscar, finalmente encontraron la planta mágica. Con cuidado, Simón tomó las hojas y se las puso como alas.

Al instante, sintió una sensación cálida y ligera recorriendo su cuerpo. ¡Estaba volando! Simón voló tan alto como pudo y pronto alcanzó la luna. Pero para su sorpresa, era fría y estaba cubierta de polvo grisáceo.

"¿Por qué está así?", preguntó Simón confundido. Entonces, la luna le habló con voz suave: "Simón, me has hecho un gran favor al venir aquí. Estoy triste porque todos los animales han olvidado admirarme y soñar conmigo".

El lobito comprendió que la luna necesitaba ser recordada por su belleza y magia. Decidido a ayudarla, Simón regresó al bosque y convocó a todos los animales para compartirles su experiencia con la luna.

"¡Amigos! La luna es hermosa e inspiradora", exclamó "Debemos mirarla todas las noches para recordar nuestros sueños más grandes". Los animales escucharon atentos y, desde aquel día, cada noche se reunían en la colina para admirar juntos a la luna.

Simón se dio cuenta de que no era necesario tocarla físicamente para sentir su magia. La luna estaba siempre presente en sus corazones y les recordaba que los sueños se pueden alcanzar si creemos en nosotros mismos.

Y así, Simón el lobito enseñó a todos los animales del bosque la importancia de soñar y nunca perder de vista las maravillas que nos rodean. Desde entonces, todas las noches, cuando la luna brillaba en lo alto del cielo argentino, los animales ullaban felices recordando que los sueños están al alcance de todos.

Y Simón sabía que había cumplido su misión: inspirar a otros a seguir sus propios sueños y volar tan alto como ellos quisieran.

FIN.

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