Simón y sus bellos autos



En un pequeño pueblo llamado Autoville, vivía un niño llamado Simón. A Simón le encantaban los autos. Desde que tenía memoria, siempre había soñado con tener un taller donde pudiera arreglar y modificar autos para que fueran aún más bellos. Su habitación estaba llena de revistas de automóviles, modelos a escala y posters de los autos más impresionantes del mundo.

Un día, mientras paseaba por la plaza del pueblo, Simón vio algo que le hizo latir el corazón con fuerza. Era un viejo auto, todo oxidado y lleno de polvo, pero Simón vio algo especial en él. "¡Qué belleza!" - exclamó mientras se acercaba.

El auto tenía un diseño clásico, pero su color grisáceo y su carrocería desmoronada le daban un aire de tristeza. Decidido a devolverle su antiguo esplendor, Simón rápidamente acudió a su amigo Mateo.

"¡Mate! ¡Mirá lo que encontré! Lo llamaremos Rusty, el auto oxidado." - le dijo entusiasmado.

Mateo, que era un poco más realista, frunció el ceño. "Pero Simón, está muy dañado. ¿Qué vas a hacer con él?"

"¡Con amor y dedicación!" - respondió Simón, con una sonrisa brillante. "Podemos arreglarlo juntos. Con el tiempo, lo convertiremos en el auto más hermoso de Autoville."

Así que, decididos, los dos amigos comenzaron a trabajar. Pasaron días y noches en el taller de Simón. Sacaron la pintura oxidada, repararon los asientos y pulieron el motor. Simón aprendió a ser paciente y a no rendirse, aunque a veces se encontraban con problemas.

Una tarde, mientras estaban limando la carrocería de Rusty, Simón se golpeó la cabeza con una herramienta. Se dejó caer en el suelo, frustrado. "¡Nunca lo vamos a lograr!" - exclamó.

Mateo lo miró serio, pero con una luz de aliento en sus ojos. "Simón, a veces las cosas no salen como uno espera. Pero eso no significa que debamos rendirnos. Tomemos un descanso y volvamos a intentar mañana."

Simón asintió, aunque aún un poco desanimado. Se sentaron a disfrutar de un helado y hablar de lo que habían logrado hasta ahora, recordando que también había sido divertido. Al poco tiempo se sintieron renovados y listos para continuar.

Al pasar las semanas, Rusty empezó a tomar forma. Ya no era solo un auto oxidado; tenía un azul brillante y las llantas estaban relucientes. Simón y Mateo habían trabajado muy bien juntos. Pero un día, mientras terminaban unos últimos detalles, una ráfaga de viento barrió el taller, y una puerta violeta que Simón había querido poner en el auto se cerró de golpe.

"No puede ser, ¡es la única que teníamos!" - gritó Simón.

"No te preocupes, Simón. Si no conseguimos otra puerta violeta, podemos hacer algo diferente, quizás una puerta amarilla que llamaría la atención de otra manera." - sugirió Mateo con una sonrisa.

Simón pensó por un momento y sonrió. "Tenés razón, ¡Rusty puede ser especial de muchas formas!"

Después de más de un mes de duro trabajo, el gran día llegó. Simón y Mateo estaban listos para presentar a Rusty en la feria de autos del pueblo. La mañana del evento, el sol brillaba intensamente y el pueblo estaba lleno de familias, niños y, por supuesto, amantes de los autos.

Cuando Simón y Mateo llevaron a Rusty a la feria, todos los ojos se posaron sobre el auto. Su color azul vibrante, la llamativa puerta amarilla del lado y sus llantas brillantes hicieron que todos quedaran asombrados.

"¡Qué cambiador de juego es este!" - dijo un hombre mayor, admirando el auto.

Simón se sonrojó de orgullo. "¡Gracias! Rusty no es solo un auto, ¡es el resultado de creer en algo y trabajar juntos!"

En ese momento, Simón entendió la verdadera lección: no era solo sobre los autos o hacer uno bonito, sino sobre la amistad, el trabajo en equipo y la perseverancia. El pueblo entero aplaudió y los padres empezaron a contarle a sus hijos sobre su historia.

La historia de Simón y Rusty se propagó por el pueblo. No solo habían convertido un viejo auto oxidado en algo especial, sino que también habían inspirado a otros niños a seguir sus sueños y a nunca rendirse.

Así, Simón y Mateo continuaron trabajando en automóviles pero también enseñando a otros niños de Autoville lo que habían aprendido: que lo importante no es solo el destino, sino también el viaje y la amistad que construimos a lo largo del camino.

FIN.

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