Sofía, la doctora del corazón


Había una vez en la hermosa ciudad de San Francisco, en el año 1950, una niña llamada Sofía que soñaba con ser doctora. Desde pequeña le encantaba cuidar a sus muñecas y curar a sus peluches enfermos.

Pero en aquella época, las niñas no podían estudiar para ser doctoras, ya que se esperaba que se quedaran en casa y aprendieran a cocinar y coser.

Sofía sabía que no podría cumplir su sueño de convertirse en doctora, pero eso no la detenía. Decidió buscar otras maneras de ayudar a las personas y demostrar su valía. Un día, mientras paseaba por el parque, escuchó a un anciano que necesitaba ayuda.

Se acercó rápidamente y le ofreció su mano. "¿Estás bien, señor?" -preguntó Sofía con preocupación. El anciano sonrió y le dijo: "Gracias, pequeña. Estoy un poco mareado". Sofía recordó lo que había visto hacer a los médicos cuando alguien se sentía mal.

Le pidió al anciano que se sentara en un banco cercano y le trajo un vaso de agua fresca. Después de unos minutos, el anciano se sintió mejor. "¡Muchas gracias por tu ayuda! Eres muy amable", dijo el anciano sorprendido.

Sofía sonrió orgullosa y pensó que tal vez no podía ser una doctora oficialmente, pero aún así podía ayudar a las personas de otras formas. Los días pasaron y Sofía continuó buscando maneras de ayudar a los demás.

Ayudaba a cruzar la calle a las personas mayores, compartía su merienda con los niños del parque e incluso visitaba el hospital para leerles cuentos a los pacientes enfermos.

Un día, mientras estaba en el hospital leyendo cuentos como siempre, una enfermera la observó atentamente y se acercó a ella. "¿Te gustaría ayudarnos aquí en el hospital? Necesitamos voluntarios como tú", le propuso la enfermera con una sonrisa cálida. Sofía no podía creerlo.

¡Le estaban ofreciendo la oportunidad de trabajar en un hospital! Aunque no podría ejercer como doctora formalmente, sabía que podría seguir ayudando a quienes más lo necesitaban desde allí. Así fue como Sofía encontró su verdadera vocación: cuidar de los demás sin importar cuál fuera su profesión oficial.

Aprendió que no necesitaba un título para hacer una diferencia en la vida de las personas y siguió esparciendo amor y bondad por donde quiera que iba.

Y colorín colorado este cuento ha terminado, pero recuerda: nunca subestimes el poder de una buena acción aunque parezca pequeña; puede cambiarle el día o incluso la vida a alguien.

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