Sofía y el Aseo del Salón



Era un día soleado en la Escuela Primaria Rincón de Luz. Los chicos estaban emocionados, ya que el recreo estaba por empezar. Sin embargo, lo que a Sofía Arango no le entusiasmaba en absoluto era el momento de hacer el aseo del salón. Cada vez que llegaba su turno, ella encontraba una excusa para volar de la escuela, como si estuviera cruzando un mágico portal.

“Hoy no puedo, me siento mal”, decía Sofía, mientras se acomodaba la camiseta para parecer más convincente. Sus compañeros, en lugar de hacer una mueca, la miraban con compasión, aunque en el fondo sabían que solo estaba evitando la tarea del día.

“¿Otra vez con esa excusa, Sofía? ” le preguntó Freddy, el representante del grupo, con una voz serena pero firme. “Todos tenemos que colaborar, vos también. El aseo es una responsabilidad de todos nosotros.”

“Pero... es que tengo un cosquilleo en la barriga”, se quejaba Sofía, intentando mostrar que la tarea era demasiado pesada para ella.

“Un cosquilleo no es suficiente para desviarte de tu deber, Sofía. ¡Vamos, somos un equipo! ”, agregó Lina, una de sus compañeras que siempre estaba lista para ayudar, pero también muy justa.

Estefanía intervino diciendo: “Además, si todos aportamos nuestro granito de arena, no tardamos nada en terminar. Y luego podremos jugar más tiempo.”

“Eso es cierto”, asintió Alexander, uno de los más curiosos del salón. “Si no colaboramos, el salón va a estar sucio, y nadie quiere estar en un lugar así. ¡Ayudemos a Sofía a ver que no es tan terrible! ”

Sofía, incómoda con la mirada aprobadora de sus compañeros, decidió que ya no podía seguir con su farsa. “Está bien, lo haré”, se rindió al fin, sintiendo que había perdido una batalla, pero aún puede haber una oportunidad de ganar la guerra.

Juntos, empezaron a recoger papeles del suelo, a barrer y a limpiar las mesas. Con cada tarea, Sofía veía que no era tan pesado como pensaba. Mientras el salón iba quedando reluciente, una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.

“¡Ves! No era tan malo”, dijo Estefanía, mientras sacudía su paño, y todos rieron.

“¡Y mirá cómo queda el salón! ¡Es un lugar agradable para aprender y jugar! ”, agregó Freddy, mientras organizaba las sillas.

“Lo sé, me alegra haberlo hecho con ustedes”, confesó Sofía, muy sorprendida de sentirse bien por ayudar. “Cuando no lo hacía, realmente estaba perdiéndome de algo bueno.”

El timbre sonó y los chicos se reunieron para el último recreo. “Chicos, ¿podemos hacer del aseo algo divertido? ”, sugirió Alexander, sonriendo. “Una especie de juego de limpieza, donde cada uno cuenta un chiste mientras friega.”

Todos rieron y comenzaron a compartir chistes mientras limpiaban. Sofía se sintió parte de un grupo, algo que nunca había sentido al volarse la clase.

Después de terminar, el salón no solo brillaba, sino que también estaban más unidos. En el recreo, Sofía se acercó a sus amigos y les dijo: “Gracias por ayudarme a darme cuenta de que trabajar en equipo puede ser divertido.”

Desde ese día, nunca más se volvió a volar cuando llegaba la hora del aseo. Aprendió que asumir responsabilidades no solo ayudaba a los demás, sino que también le daba a ella un sentido de pertenencia y alegría. El salón de clases no solo era su espacio de aprendizaje, sino también un lugar donde podían crear recuerdos en equipo.

FIN.

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