Sofía y el increíble banquete de sabores
Había una vez una niña llamada Sofía que vivía en la hermosa ciudad de Guadalajara. Sofía era una niña muy curiosa y siempre tenía muchas preguntas en su cabeza.
Un día, mientras estaban cenando, su padre le sirvió un plato lleno de verduras deliciosas. Pero a Sofía no le gustaban las verduras y eso la enfadaba mucho.
Cada vez que veía un brócoli o una zanahoria en su plato, sentía algo extraño en su estómago y quería salir corriendo. Su padre notó el disgusto de Sofia y decidió explicarle lo que estaba sintiendo. Se sentaron juntos en la sala y comenzaron a hablar. "Sofia, ¿sabes qué es el asco?" -preguntó su padre con calma.
Sofia arrugó la nariz y respondió: "No estoy segura, papá. Solo sé que cuando veo las verduras me siento mal". El padre sonrió y dijo: "El asco es algo normal que todos sentimos alguna vez.
Es esa sensación incómoda que nos hace decir "¡Eww!" o querer apartarnos de algo". Sofia frunció el ceño pensativamente. No entendía por qué tenía esa sensación tan desagradable al ver las verduras si nunca antes había sentido asco por algo más.
Su padre continuó explicando: "Cuando vemos o probamos cosas nuevas para nuestro cuerpo, como las verduras, a veces nuestro cerebro nos dice —"cuidado" . Esto se debe a que nuestro cuerpo necesita tiempo para acostumbrarse a sabores diferentes".
A medida que su padre hablaba, Sofia comenzó a entender mejor lo que estaba sintiendo. No era algo malo o raro, simplemente era una reacción natural de su cuerpo. "Entonces, ¿nunca podré comer verduras?" -preguntó Sofia preocupada.
Su padre le dio un abrazo y respondió: "Claro que sí, cariño. Poco a poco, tu cuerpo se acostumbrará a las verduras y es posible que hasta llegues a disfrutarlas". Sofia sonrió tímidamente.
Aunque aún no le gustaban las verduras, sabía que su papá tenía razón y decidió darle una oportunidad. Los días pasaron y Sofía empezó a probar pequeños bocados de verduras en cada comida.
Al principio le costaba mucho trabajo tragarlos, pero poco a poco fue notando que ya no sentía tanto asco como antes. Un día, mientras estaban cenando juntos otra vez, Sofía sorprendió a su padre al pedirle más brócoli en lugar de apartarlo. "Papá, ¿puedes darme más brócoli? ¡Me gusta!" -exclamó Sofia emocionada.
Su padre la miró con orgullo y felicidad en sus ojos. Sabía lo importante que era para ella superar ese sentimiento de asco hacia las verduras. Desde aquel día, Sofía descubrió nuevos sabores y alimentos saludables que nunca había probado antes.
Aprendió que el asco no siempre significa algo malo; solo es una señal para explorar cosas nuevas con precaución. Y así fue como Sofía aprendió sobre el asco y cómo superarlo.
Creció sana y fuerte gracias a los alimentos nutritivos que su padre le enseñó a disfrutar. Juntos, vivieron muchas aventuras culinarias y siempre recordaron que el asco puede ser solo el comienzo de algo maravilloso.
FIN.