Sofía y el Jardín de Amistades



Sofía era una niña de 4 años que vivía en el encantador barrio de Las Flores. A cada lado de su casa había un hermoso jardín lleno de colores brillantes, pero en su corazón había un pequeño bache, porque Sofía no sabía socializar con los demás niños.

Un día, su mamá le dijo:

"Sofía, hoy hay un picnic en el parque y muchos nenes van a ir. ¿Te gustaría ir?"

Sofía frunció el ceño y contestó:

"No, mamá. No sé jugar con ellos. Me da miedo hablar."

Pero su mamá sonrió y le dijo con cariño:

"No te preocupes, Sofi. El juego es solo divertirse. No importa cómo lo hagas. ¿Te parece si llevamos algo rico para compartir?"

Sofía pensó un momento y con una chispa de duda comentó:

"Podemos llevar galletitas de chocolate. ¡Les gustan a todos!"

"¡Perfecto! Vamos a prepararlas juntas."

El día del picnic llegó, y mientras Sofía estaba en el parque, los otros niños estaban jugando al aire libre.

"Mirá, ahí está Sofía. Vamos a invitarla a jugar al balón."

Pero Sofía, con su galletita en la mano, se quedó mirando desde lejos, sintiendo un nudo en el estómago.

De repente, un niño con una gorra roja se acercó a ella. Era Tomás, un niño muy amigable que siempre tenía una gran sonrisa.

"Hola, Sofía. ¿Querés jugar con nosotros?"

Sofía, dudando, respondió apenas:

"No sé cómo jugar."

"No te preocupes, te enseñamos. Ven, te va a gustar," le insistió Tomás.

Sofía miró a su alrededor y vio a los otros niños riendo y correteando. Con un profundo suspiro, decidió intentarlo.

"Está bien, voy."

Una vez en el grupo, Tomás le mostró cómo patear la pelota. Todos estaban tan contentos que Sofía empezó a sentir que el miedo se iba desvaneciendo.

"¡Eso es, Sofía! ¡Muy bien! Ahora es tu turno de patear la pelota," exclamó una niña con trenzas, llamada Lila.

Pero justo cuando estaba a punto de patear, la pelota se desvió, y Sofía tropezó y cayó al suelo. Sintió el calor de la vergüenza subir por su cara.

"¡Ay! No quiero jugar más, soy muy torpe," se quejó.

"¡No pasa nada! A todos nos pasa. Lo importante es que sigas intentándolo," la animó Tomás.

Después de escuchar a sus nuevos amigos, Sofía se sintió un poco mejor. Tomó aire y decidió levantarse de nuevo. Así continúo jugando, y poco a poco, la risa y la diversión llenaron el aire.

Terminando el juego, sus nuevos amigos se reunieron para compartir las galletitas que había llevado Sofía.

"¡Increíbles galletitas!" exclamó Lila, con la boca llena.

Sofía sonrió y, por primera vez, se sintió parte de un grupo.

"¿Puedo ayudar a hacerlas otra vez?" preguntó, entusiasmada.

"¡Por supuesto! Haremos una gran fiesta de galletitas cualquier día."

Al finalizar el día, Sofía se despidió de sus amigos y regresó a casa.

"¿Cómo te fue, Sofía?" preguntó su mamá.

"¡Mamá, jugué y comí galletitas! ¡Y tengo amigos ahora!" gritó con alegría.

"¿Ves que no era tan difícil? La próxima vez, será aún mejor."

Desde ese día, Sofía aprendió que socializar no era tan complicado. A veces, solo necesitaba abrir su corazón y hacer un esfuerzo.

A menudo iban al parque, jugaban juntos y hacían galletitas. Sofía nunca olvidó cómo un simple picnic y un niño con una gorra roja cambiaron su mundo.

Sofía sonrió al darse cuenta de que, cuando compartía un poco de su alegría, el mundo se volvía un lugar lleno de sonrisas y grandes amistades.

FIN.

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