Sofía y el Jardín de las Diferencias



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía una niña llamada Sofía. Desde que era muy pequeña, Sofía creía que tener amigos era lo más importante, pero solo si eran como ella. No soportaba a los que eran diferentes, ya sea por su forma de vestir, sus gustos o incluso su forma de hablar. "¡No entiendo por qué tienen que ser tan raros!", decía a menudo.

Un día, su maestra, la señora Elena, decidió llevar a toda la clase a una excursión al Jardín de las Diferencias, un lugar mágico donde crecían plantas y flores de todo tipo. Cada flor era única y especial, algo que a Sofía no le interesaba en lo más mínimo. Mientras paseaban, la maestra les dijo:

"Chicos, aquí en el jardín, cada planta tiene su propio espacio, y eso es lo que las hace hermosas. La diversidad es como un lápiz de colores: cada uno aporta algo diferente al dibujo."

Sofía sólo rodó los ojos. "¿Qué tiene de bueno ser diferente?", pensaba.

Al llegar al centro del jardín, su amiga Valentina comenzó a jugar con una flor amarilla brillante.

"¡Mirá, Sofía! ¡Es hermosa!" - exclamó Valentina emocionada.

Pero Sofía contestó con desdén:

"Es fea, no se parece a las demás."

Valentina se sintió triste y dejó de jugar. Sofía siguió caminando, sintiéndose satisfecha de que nadie pudiera hacerle sentir incómoda. Sin embargo, su actitud perturbó el ambiente. Las flores comenzaron a marchitarse. Sofía, al principio, no se dio cuenta, pero luego observó que el jardín se volvía gris y apagado.

"¿Qué pasa?" - preguntó Sofía confundida. La señora Elena, con una sonrisa triste, respondió:

"El jardín solo florece cuando se siente aceptado. Las plantas se sienten tristes cuando alguien las critica. Esto también pasa con las personas."

Sofía frunció el ceño. Nunca había pensado en eso. De repente, una mariposa de colores brillantes apareció, revoloteando entre las flores. Era un espectáculo hermoso, pero Sofía sintió que la mariposa la miraba a ella con reproche.

"¿Por qué me mirás así?" - le preguntó a la mariposa, sintiendo como si el insecto pudiera responderle.

La mariposa, por supuesto, no dijo nada, pero Sofía se sintió incomprensiblemente avergonzada.

En ese momento, se dio cuenta de que había lastimado a Valentina y a las flores. Decidida a hacer lo correcto, regresó donde Valentina.

"Lo siento, Valentina. No debí decir que la flor era fea. Me gusta que seas diferente y que tengas tus propias opiniones. Juguemos juntas con esa flor."

Los ojos de Valentina brillaron de felicidad. Las dos niñas comenzaron a jugar, y como si el jardín respondiera a su nuevo entusiasmo, las flores empezaron a recuperar su color y a abrirse nuevamente. La mariposa comenzó a danzar alegremente entre las flores, como si estuviera celebrando el cambio.

"Mirá, Sofía, ¡el jardín está volviendo a la vida!" - gritó Valentina.

Sofía sonrió, sintiendo calor en el corazón. En ese instante supo que ser diferente no solo estaba bien, sino que lo hacía todo mucho más divertido y colorido. Decidió que de ahora en adelante, sería una mejor amiga y practicaría la tolerancia hacia todos, porque eso era lo que hacía brillar al jardín, a las flores, y a ella misma.

Al final del día, Sofía se despidió de la señora Elena, agradecida.

"Ahora entiendo lo importante que es ser tolerante. Cada persona y cada planta tiene su magia."

Y así, Sofía volvió a casa, no solo con habilidades para jugar con flores, sino con una nueva perspectiva sobre la vida y el verdadero significado de la tolerancia. Desde ese día, nunca volvió a menospreciar a los que eran diferentes, y su mundo se llenó de color y amistad.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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