Sofía y el secreto del jardín



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Villaverde, y Sofía, una niña de diez años, estaba llena de energía. Siempre le había parecido que sabía más que los adultos. Sus padres, sus abuelos y sus maestros la advertían acerca de muchas cosas, pero ella nunca prestaba atención.

- ¡Sofía, no te acerques al río, es muy peligroso! - le decía su abuela.

- No pasa nada, abuela. ¡Si solo quiero mirar los pececitos! - respondía ella, desdosa.

Un día, mientras exploraba en su jardín, Sofía escuchó a su vecina, la señora Clara, hablando con otras mamás.

- ¡Tené cuidado con ese viejo roble! - advertía la señora Clara. - Es frágil, las ramas pueden caer en cualquier momento.

Pero Sofía no creía que algo así pudiera pasarle.

- ¡Es solo un árbol viejo! - exclamó, mientras se acercaba al roble. - ¡Nada va a pasar!

Curiosa, decidió escalar un par de ramas para ver el mundo desde arriba. Mientras estaba en lo alto, oyó un ruido extraño.

De golpe, una fuerte ráfaga de viento sacudió el árbol. Sofía, asustada, intentó bajar rápido, pero la rama en la que estaba se rompió y cayó, aterrizando justo en medio de su jardín.

- ¡Ay, ay, ay! - gritó mientras se sujetaba fuertemente del tronco. No quería aterrizar en el suelo, pero no le quedaba otra.

Cuando finalmente tocó el suelo, se dio cuenta de que había sido una locura ignorar las advertencias de los mayores. Con el corazón a mil, se acercó a la señora Clara, que había visto toda la escena.

- Sofía, te lo dije por tu bien. Siempre hay que escuchar a los mayores.

- Tenés razón, señora Clara. No debería haber escaneado el árbol - admitió, dándose cuenta de que había estado cometiendo un grave error.

Esa misma tarde, Sofía se enfrentó a una nueva aventura. En la plaza del pueblo, un grupo de chicos jugaba a la pelota. Ella también quería jugar, pero se acordó de lo que había pasado en el jardín.

- ¡Hey, chicas! - gritó. - ¿Puedo jugar también?

- ¡Sí! ¡Pasalo! - dijeron sus amigos. Pero justo cuando estaba a punto de entrar a la cancha, vio a un grupo de niños más grandes.

- ¡Oigan, no se acerquen! - gritó un niño mayor. - Pueden lastimarse.

El instinto le decía que no era buena idea, pero su deseo de jugar era más fuerte. Sofía ignoró nuevamente el consejo. n- ¡No pasa nada! - dijo.

Y otra vez, cuando un niño más grande lanzó la pelota, esta rebotó directamente hacia ella. Sofía hizo un mal movimiento y terminó cayendo al suelo. Rápidamente se levantó, sintiéndose avergonzada.

- ¿Ves, Sofía? - le dijo el niño mayor. - Te lo advertí. Es mejor escuchar.

Con un nudo en la garganta, Sofía comprendió la importancia de poner atención a las recomendaciones. Esa tarde, regresó a casa, con una lección importante aprendida.

- Mamá, papá - dijo Sofía cuando entró. - Me prometo que a partir de ahora siempre escucharé a los mayores.

- Nos alegra oír eso, Sofía - respondió su madre, sonriendo.

Desde aquel día, Sofía se volvió una niña más atenta. Aprendió a escuchar a los adultos y entender que sus advertencias eran por su propio bienestar. A veces, la curiosidad era más fuerte, pero siempre recordaba esas lecciones y, aunque eso no significaba dejar de jugar y explorar, sí significaba ser más responsable.

Y así, Sofía compartió su experiencia con sus amigos, asegurándose de que todos aprendieran de su aventura y, sobre todo, que nunca ignoraran lo que los mayores tenían por decir.

FIN.

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