Sofía y la guía divina


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, una niña llamada Sofía. Desde muy pequeña, Sofía tenía la costumbre de pedirle la dirección a Dios para todo lo que hacía.

Cada mañana, al despertar, miraba al cielo y decía en voz alta: "Diosito lindo, ¿hacia dónde debo ir hoy?" Y así comenzaba su día.

Un día soleado de primavera, mientras caminaba por el parque con su pelota roja bajo el brazo, escuchó a lo lejos un llanto desconsolado. Se acercó sigilosa y descubrió a Tomás, un niño de su edad sentado en un banco con gesto triste. "¿Qué te pasa, Tomás?" -preguntó Sofía con ternura.

"Perdí a mi perrito Max en el bosque y no sé cómo encontrarlo" -respondió Tomás entre sollozos. Sofía sintió compasión por su nuevo amigo y sin dudarlo un segundo cerró los ojos y murmuró: "Diosito querido, guíame para ayudar a Tomás a encontrar a Max".

Al abrir los ojos, una mariposa azul revoloteaba frente a ella. Sin pensarlo dos veces, comenzaron a seguir a la mariposa que las llevó directo al bosque.

Entre arbustos y árboles altos buscaron por horas hasta que finalmente escucharon un ladrido familiar. ¡Era Max! Estaba atrapado entre ramas espinosas y no podía salir. Con cuidado lograron rescatarlo y llevarlo sano y salvo de regreso al parque.

Tomás estaba tan feliz que abrazó fuertemente a Sofía diciendo: "¡Gracias por ayudarme! ¿Cómo supiste dónde encontrarlo?"Sofía sonrió dulcemente y respondió: "- A veces solo hay que prestar atención a las señales que nos envían los ángeles". Desde ese día, Sofía se convirtió en la heroína del pueblo.

Niños y adultos acudían a ella en busca de ayuda cuando se encontraban perdidos o necesitaban orientación.

Siempre con humildad y amor en su corazón les recordaba: "- Solo debes abrir tu mente y tu corazón para recibir la dirección que necesitas".

Y así, la niña que siempre pedía la dirección de Dios se convirtió en el faro de luz de Villa Esperanza; enseñando con sus acciones que cuando estamos perdidos solo debemos confiar en nosotros mismos para encontrar nuestro camino.

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