Sofía y la tentación de los dulces



Era un día soleado y Sofía, una niña muy curiosa de seis años, estaba jugando en su casa. Tenía su pelotita favorita y disfrutaba de cada rincón en su hogar. Un momento, mientras buscaba su pelota debajo del sofá, se encontró con una cajita misteriosa que no había visto antes. La cajita era de colores brillantes y tenía un hermoso lazo rojo en la parte superior.

- ¡Qué linda! - exclamó Sofía, emocionada, mientras la levantaba con cuidado.

Al abrir la cajita, sus ojos se agrandaron al ver que estaba llena de dulces de todos los colores y formas. Caramelos, gomitas, chocolate... era un verdadero paraíso. Pero en su mente resonó la advertencia de su mamá: "Los dulces son solo para después de la cena".

- Hmm... solo uno no hará daño... - pensó Sofía mientras miraba los caramelos brillantes.

Justo en ese momento, su amigo Lucas, que también vivía en el edificio, entró en la casa.

- Hola, Sofía. ¿Qué tenés ahí? - preguntó Lucas curiosamente.

- Encontré una cajita llena de dulces, pero no sé si debo comerlos... - respondió Sofía, dudando entre la tentación y las reglas.

- A mí me parece que un dulcito no va a hacer daño, ¡y si es de la tarde! - sugirió Lucas con una sonrisa traviesa, mientras miraba los dulces con anhelo.

Sofía se sintió tentada por la idea de compartir y disfrutar juntos. Así que decidió sacar un par de dulces y les ofreció a Lucas.

- ¡Probemos un par! - dijo Sofía mientras extendía la mano con dos gomitas.

Pero, de repente, su patio se llenó de risas y gritos, y Sofía vio a su hermano menor, Tomi, jugando a la pelota con sus amigos.

- ¡Sofía! ¡Sofía! Ven a jugar! - gritó Tomi emocionado.

Sofía miró a Lucas y luego a los dulces. Su hermana mayor siempre le decía que lo mejor de los momentos es compartir con quienes amas. Miró nuevamente la cajita.

- Igual, si comemos ahora y no tenemos cena, mis papás se van a enojar. ¿No preferís jugar primero y después comer los dulces? - preguntó Sofía, usando su sentido común mientras sus ojos brillaban con entusiasmo.

- Sí, tenés razón. Podemos guardarlos para después de jugar. ¡Así será mucho más divertido! - acordó Lucas.

Juntos corrieron hacia el patio, dejando la cajita escondida bajo el sofá para no tentarse más. Pasaron la tarde jugando a la pelota, corriendo y riendo entre los juegos. Sofía se sintió feliz al ver a su hermano, sus amigos y Lucas disfrutando.

Cuando llegó la hora de la cena, Sofía se lavó las manos y se sentó a la mesa con su familia.

- ¿Cómo estuvo su día? - preguntó su mamá.

- ¡Increíble! Jugué con mis amigos y... - empezó Sofía, pero se detuvo. Miró a Lucas y sonrió, recordando su descubrimiento.

Luego, después de la cena, Sofía y Lucas decidieron sacar los dulces que habían guardado con tanto anhelo.

- ¡Mirá! - dijo Sofía, al abrir la cajita, y ambos comenzaron a compartir los dulces mientras contaban historias sobre su día.

Y así, Sofía aprendió que la espera puede ser dulce también y que los mejores momentos son aquellos que compartimos con los demás. Disfrutar de los dulces después de la cena se volvió un delicioso ritual, lleno de risas y diversión.

Desde entonces, cada vez que encontraba una tentación, recordaba aquel día y siempre decía:

- A veces, lo mejor es esperar para disfrutarlo al máximo.

FIN.

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