Sofía y su Lunar Especial



Había una vez en un pueblo muy pequeño, lleno de flores y montañas. Allí vivía una niña llamada Sofía. Era muy hermosa e inteligente, la más pequeña de la familia, llena de alegría y muchas aventuras en el alma de su casa. Sofía tenía algo muy particular y único: un lunar en forma de estrella en su mejilla derecha.

Cada mañana, al despertarse, Sofía miraba su reflejo en el espejo y decía: - ¡Hoy será un día maravilloso! - con una gran sonrisa.

Un día, mientras jugaba en el jardín, vio a su amiga Clara sentada en un banco, con el ceño fruncido. Sofía se acercó y le preguntó: - ¿Por qué estás tan triste, Clara?

- Es que no sé dibujar como los demás - respondió Clara con un suspiro. - Siempre me salen líneas torcidas.

Sofía sonrió y dijo: - Pero tus dibujos son únicos, ¡tienen tu estilo! No te preocupes, podemos aprender juntas.

Así que ambas se sentaron en el césped y empezaron a dibujar. Sofía le enseñó a Clara a hacer curvas y diseños creativos. Poco a poco, Clara se sintió más segura y empezó a disfrutar de su dibujo. Al final del día, Clara exclamó: - Gracias, Sofía. ¡Hoy he hecho el mejor dibujo de todos! - Su cara brillaba como el sol.

Los días pasaron y una mañana, Sofía decidió ir a explorar más allá de su jardín. Se encontró con un grupo de niños que estaban ansiosos por jugar pero no sabían qué hacer. Sofía se acercó y dijo: - Chicos, ¿les gustaría jugar a encontrar cosas especiales en la naturaleza?

- ¡Sí! - gritaron todos al unísono.

Sofía explicó que tendrían que buscar hojas de diferentes formas, piedras de distintos colores y flores que no fueran comunes. Mientras buscaban, Sofía encontró una hoja en forma de corazón. - Miren esto - dijo emocionada. - ¡Es una hoja de amor!

Todos rieron y siguieron buscando. Tras un rato, el grupo se reunió y mostraron sus tesoros. Sofía dijo: - Cada cosa que encontramos es especial, como nuestro lunar único.

Pero un día, mientras jugaba, un niño nuevo llegó al pueblo. Su nombre era Tomás, y desde el primer día, notó el lunar de Sofía. - ¿Por qué tenés una estrella en la cara? - preguntó sin rodeos.

Sofía, un poco sorprendida, respondió con tranquilidad: - Es algo único que me hace especial. Todos tenemos algo que nos hace únicos, ¿no crees?

Tomás, algo confundido, se frotó la cabeza y dijo: - La verdad, yo no sé si tengo algo especial. - Sofía vio tristeza en sus ojos y decidió ayudarlo.

- Ven, juguemos. Te muestro mi lunar, y al final, me contarás cuál es tu especialidad. - Sofía se zambulló en una aventura de juegos con Tomás y los demás. Con el tiempo, Tomás empezó a reír y a disfrutar, y al finalizar el día, dijo: - Me gusta saltar muy alto. ¡Eso es especial!

Sofía le sonrió: - Claro que sí, tus saltos son increíbles y nos hacen reír. Sigamos jugando así. -

Desde ese día, cada vez que alguien nuevo llegaba al pueblo, Sofía les enseñaba que todos somos únicos y especiales a nuestra manera. La estrella en su cara se convirtió en un símbolo no solo para ella, sino para todos los niños del pueblo.

Y así, el pequeño pueblo siguió lleno de flores, risas y aventuras, donde cada niño aprendió a valorar su singularidad, gracias a la preciosa lección de Sofía y su lunar especial.

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FIN.

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