Sonrisas refrescantes


Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Solcito, una clase de segundo grado de primaria compuesta por 19 alumnos muy curiosos y divertidos. Su seño Lore era una maestra joven y apasionada por la enseñanza.

Un día de verano, el calor era insoportable. El sol brillaba intensamente en el cielo azul y parecía que todo el pueblo estaba derretido. Los niños llegaron al colegio con sus uniformes pegados a sus cuerpos sudorosos.

-¡Ay, Seño Lore! ¡Hace tanto calor! -exclamó Sofi mientras se abanicaba con su libreta. -Sí, chicos, hace mucho calor hoy -respondió la seño Lore-. Pero no podemos dejar que eso nos detenga.

¿Qué les parece si hacemos algo especial para refrescarnos? Los ojos de los niños se iluminaron ante la idea de hacer algo diferente en ese día tan caluroso. -¡Sí, Seño Lore! ¡Queremos refrescarnos! La maestra sonrió y les propuso ir a conocer el río que estaba cerca del pueblo.

Todos los niños estuvieron emocionados por esta idea y rápidamente organizaron una excursión. Llegaron al río corriendo y saltando de emoción. La vista del agua fresca y cristalina los hizo olvidar por completo el sofocante calor del día.

Se quitaron los zapatos y las medias para sentir la arena entre sus dedos mientras chapoteaban en el agua. -¡Esto es genial! ¡No quiero salir nunca más del agua! -gritó Juani mientras salpicaba a sus compañeros.

La seño Lore también disfrutaba del momento. Miró a sus alumnos y pensó en cómo el agua podía enseñarles una valiosa lección. -Chicos, ¿saben qué pasa cuando arrojamos una piedra al agua? -preguntó la maestra con curiosidad.

Los niños se miraron entre sí, intrigados por la pregunta de su seño Lore. -¡Se forman ondas! -exclamó Mili mientras hacía gestos con las manos para explicarlo mejor. -Exacto, Mili.

Las ondas se expanden desde el lugar donde cae la piedra y llegan hasta los bordes del río -explicó la maestra-. De igual manera, nuestras acciones pueden tener un efecto en los demás. Podemos hacer que algo pequeño tenga un impacto mucho más grande si trabajamos juntos.

Los niños escuchaban atentamente las palabras de su maestra mientras jugaban en el agua. Estaban aprendiendo una lección importante sin darse cuenta. Después de un rato, decidieron salir del agua para descansar bajo la sombra de un árbol cercano.

La seño Lore les entregó a cada uno una paleta helada como recompensa por haber sido tan buenos estudiantes ese día. -Muchas gracias, Seño Lore. ¡Está deliciosa! -dijo Javi mientras saboreaba su paleta con alegría. -Fue un día diferente y muy divertido -agregó Sofi-.

Aprendimos sobre las ondas y cómo nuestras acciones pueden marcar la diferencia en los demás. La seño Lore sonrió orgullosa al ver lo mucho que habían aprendido sus alumnos ese día caluroso.

Sabía que, a pesar de las dificultades, siempre había una manera de encontrar algo positivo y aprender algo nuevo. Así, entre risas y juegos, los niños disfrutaron del resto de la tarde bajo el árbol.

Aprendieron que incluso en los días más calurosos se podía encontrar un motivo para sonreír y refrescarse. Y así terminó este día especial con la clase de segundo grado de primaria y su seño Lore, dejando una huella en sus corazones que nunca olvidarían.

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