Había una vez un pecesito llamado Tito que vivía en un arrecife de coral lleno de colores brillantes y peces juguetones. Tito era un pez muy curioso y, a diferencia de sus amigos, él no soñaba con tesoros escondidos ni con el alga más sabrosa. Tito soñaba con la orilla. Sí, la orilla del mar. Escuchaba las historias de las gaviotas que volaban cerca del arrecife, contándole sobre la arena dorada, las conchas brillantes y las olas que besaban la playa.
“¡Debe ser maravilloso!”, pensaba Tito cada noche, mirando hacia la superficie del agua, donde la luz del sol bailaba como confeti. Los peces mayores le advertían: “¡Tito, la orilla es peligrosa! ¡Los humanos caminan allí y no entienden nuestro mundo! ¡Te quedarás varado!”. Pero Tito no podía evitarlo. Su corazón latía con fuerza cada vez que oía hablar de la orilla.
Un día, Tito decidió que ya era suficiente. No podía seguir viviendo con la duda. Tenía que ver la orilla con sus propios ojos. Preparó un plan. Sabía que no podía ir solo. Necesitaba un amigo. Buscó a su mejor amiga, Lila, una pececita muy lista y valiente.
“Lila, necesito tu ayuda”, le dijo Tito. “Quiero ir a la orilla”.
Lila abrió mucho los ojos. “¿A la orilla? ¡Estás loco, Tito! Es muy peligroso”.
“Lo sé, pero tengo que verlo. Por favor, ¿me acompañas? Necesito tu inteligencia y tu valentía”, suplicó Tito.
Lila suspiró. Sabía que no podía dejar solo a su amigo. “Está bien, Tito. Te ayudaré. Pero debemos ser muy cuidadosos”.
Juntos, Tito y Lila comenzaron su aventura hacia la orilla. Nadaron cerca de las rocas, escondiéndose de los peces más grandes y observando atentamente cualquier peligro. El camino era largo y cansado, pero la emoción de descubrir algo nuevo los mantenía motivados. En el camino, se encontraron con Don Cangrejo, un viejo cangrejo sabio que vivía en una cueva.
“¿A dónde van ustedes dos, tan apurados?”, preguntó Don Cangrejo con su voz ronca.
“Vamos a la orilla, Don Cangrejo”, respondió Tito.
Don Cangrejo frunció el ceño. “La orilla es peligrosa, pequeños. ¿Saben eso?”.
“Lo sabemos, pero queremos verla con nuestros propios ojos”, dijo Lila.
Don Cangrejo suspiró. “Bueno, si insisten, les daré un consejo. Cuando lleguen a la orilla, tengan cuidado con las olas. Pueden arrastrarlos lejos. Y no se acerquen demasiado a los humanos. No siempre son amables”.
Tito y Lila agradecieron a Don Cangrejo por sus consejos y continuaron su camino. Finalmente, después de mucho nadar, llegaron a la orilla. Era aún más hermosa de lo que Tito había imaginado. La arena dorada brillaba bajo el sol, y las conchas de todos los colores yacían esparcidas por la playa. Las olas rompían suavemente contra la orilla, creando una melodía relajante.
Tito y Lila nadaron con cuidado hacia la orilla, manteniendo la distancia de las olas. Vieron niños jugando en la arena, construyendo castillos y recogiendo conchas. Un niño pequeño se acercó al agua y vio a Tito y Lila. Sus ojos se iluminaron de alegría.
“¡Mira, mamá! ¡Peces!”, exclamó el niño.
La madre del niño se acercó y sonrió. “Sí, cariño. Son peces muy bonitos”.
El niño intentó tocar a Tito y Lila, pero ellos nadaron un poco más lejos. No estaban seguros de si el niño era amigable. De repente, una ola grande se acercó a la orilla. Tito y Lila intentaron alejarse, pero la ola los atrapó y los arrastró hacia la arena.
¡Ay no! Tito y Lila estaban varados en la arena. No podían respirar. Estaban asustados. El niño, al verlos en peligro, corrió hacia ellos y los recogió con cuidado. Los llevó de vuelta al agua y los liberó.
Tito y Lila nadaron rápidamente hacia el mar profundo, agradecidos de estar a salvo. Habían aprendido una valiosa lección. La orilla era hermosa, pero también peligrosa. Y aunque los humanos no siempre entendían su mundo, algunos podían ser amables y ayudar.
Después de su aventura, Tito y Lila regresaron al arrecife. Contaron su historia a todos los peces, advirtiéndoles sobre los peligros de la orilla, pero también hablándoles de su belleza y de la bondad que habían encontrado. Tito ya no soñaba con vivir en la orilla. Ahora, soñaba con explorar todos los rincones del océano, siempre con cuidado y con la compañía de su mejor amiga, Lila. Y así, Tito y Lila vivieron muchas más aventuras juntos, explorando el mundo submarino y aprendiendo valiosas lecciones en cada paso del camino. Nunca olvidaron su aventura en la orilla, y siempre recordaron que la amistad y la precaución son los mejores compañeros de viaje.