Celeste era una niña que amaba las estrellas más que a cualquier otra cosa. Todos los días, miraba el horizonte para deleitarse con las diferentes formas que tenía el cielo en una tarde fresca de mayo. Le encantaba cómo las nubes se convertían en animales imaginarios, en castillos de algodón de azúcar, y a veces, hasta en barcos piratas navegando por un mar celeste. Pero lo que realmente esperaba con ansias era la llegada de la noche, cuando las estrellas comenzaban a titilar, una a una, como pequeños diamantes esparcidos sobre un manto oscuro.
Un día, mientras observaba el cielo vespertino, notó algo inusual. Una estrella, más brillante que las demás, dejó una estela luminosa al cruzar el firmamento. ¡Era una estrella fugaz! Celeste cerró los ojos y pidió un deseo con todas sus fuerzas: "Quiero saber de dónde vienen las estrellas y por qué brillan tanto".
Al abrir los ojos, se encontró con una pequeña criatura brillante, no más grande que su pulgar, flotando frente a ella. Tenía alas diminutas y una sonrisa aún más pequeña. "Hola, Celeste", dijo la criatura con una voz suave como el susurro del viento. "Soy Lumin, guardián de las estrellas. Escuché tu deseo y he venido a ayudarte".
Celeste no podía creer lo que veía. Un guardián de las estrellas, ¡justo frente a ella! "¿De verdad puedes llevarme a las estrellas?", preguntó con los ojos llenos de asombro.
Lumin asintió. "Súbete a mi espalda. Te llevaré al Jardín de las Estrellas, un lugar mágico donde nacen todas las estrellas".
Celeste se subió con cuidado a la espalda de Lumin, quien comenzó a ascender rápidamente hacia el cielo. A medida que se elevaban, la ciudad debajo se veía cada vez más pequeña, hasta que solo eran luces parpadeantes en la distancia. Pronto, estaban rodeados de un mar de estrellas. Celeste nunca había visto algo tan hermoso. Eran de todos los colores imaginables: rojo, azul, verde, amarillo, e incluso algunas con tonos que nunca antes había visto.
Finalmente, llegaron al Jardín de las Estrellas. Era un lugar increíble, lleno de flores brillantes que emitían una luz suave y cálida. En el centro del jardín, había un gran árbol cuyas ramas estaban cargadas de pequeñas estrellas que aún no habían nacido. Lumin explicó que cada estrella tenía su propia personalidad y su propio brillo único.
"Cada estrella es especial", dijo Lumin. "Algunas brillan con más fuerza, otras son más pequeñas, pero todas son importantes. Su luz viaja a través del universo, guiando a los viajeros y llevando esperanza a los corazones solitarios".
Celeste observó con fascinación cómo nacían las estrellas. Vio cómo las pequeñas estrellas se desprendían del árbol y comenzaban a brillar con una luz propia. Era un proceso mágico y maravilloso.
Lumin le contó a Celeste la historia de las estrellas fugaces. Le explicó que eran estrellas que habían vivido mucho tiempo y que, al final de su vida, dejaban una estela brillante como un último regalo al universo. Era un momento de celebración, no de tristeza.
"Cuando veas una estrella fugaz", dijo Lumin, "recuerda que es un símbolo de esperanza y renovación. Es una oportunidad para pedir un deseo y para creer en la magia del universo".
Celeste pasó horas en el Jardín de las Estrellas, aprendiendo sobre el universo y la importancia de cada estrella. Finalmente, Lumin le dijo que era hora de regresar a casa. "Pero antes de irte", dijo Lumin, "quiero darte un regalo".
Lumin le entregó a Celeste una pequeña estrella que brillaba con una luz suave y azul. "Esta estrella te recordará siempre tu viaje al Jardín de las Estrellas y te ayudará a recordar que la magia existe en todas partes, si sabes dónde buscar".
Celeste abrazó la pequeña estrella y agradeció a Lumin por su amabilidad. Luego, se subió de nuevo a su espalda y regresaron a la Tierra.
Al despertar a la mañana siguiente, Celeste se encontró en su cama. Pensó que todo había sido un sueño, pero cuando abrió la mano, allí estaba la pequeña estrella azul, brillando suavemente. Supo entonces que su aventura había sido real.
Desde ese día, Celeste nunca dejó de mirar las estrellas. Cada vez que veía una estrella fugaz, recordaba las palabras de Lumin y pedía un deseo con aún más fuerza. Y siempre, en su corazón, llevaba la pequeña estrella azul, un recordatorio constante de la magia del universo y del secreto de las estrellas fugaces.
Celeste creció y se convirtió en astrónoma. Dedicó su vida a estudiar las estrellas y a compartir su conocimiento con los demás. Siempre recordaba su viaje al Jardín de las Estrellas y transmitía la importancia de cuidar el universo y de creer en la magia que nos rodea. Y cada noche, antes de dormir, miraba al cielo y le daba las gracias a Lumin por haberle mostrado el secreto de las estrellas fugaces.