Clara era una niña muy dulce, pero a veces no escuchaba a su mamá y a su papá cuando le pedían algo.
Un día, su mamá le dijo:— Clara, por favor, pon tus zapatos en su lugar.
Clara, que estaba jugando con sus muñecas, le respondió sin mirar a su mamá:— ¡Ya, mamá!
Ahora no.
La mamá de Clara suspiró.
— Clara, ya te lo he dicho muchas veces.
Si no pones tus zapatos en su lugar, se van a perder.
— No se van a perder, mamá.
Están aquí, al lado de mi cama.
— Pero si no los pones en su lugar, alguien puede tropezar con ellos y caerse.
— Nadie va a tropezar con ellos, mamá.
La mamá de Clara ya no sabía qué más decirle.
Se dio la vuelta y se fue a la cocina.
Clara siguió jugando con sus muñecas.
Al cabo de un rato, se levantó para ir a buscar un libro.
De repente, tropezó con algo y cayó al suelo.
— ¡Ay!
—gritó Clara.
La mamá de Clara corrió hacia ella.
— ¿Qué ha pasado, Clara?— Me he caído, mamá.
— ¿Con qué te has tropezado?— Con mis zapatos —dijo Clara.
La mamá de Clara suspiró.
— Te lo dije, Clara.
Si hubieras puesto tus zapatos en su lugar, no te habrías caído.
Clara se levantó del suelo y recogió sus zapatos.
— Tienes razón, mamá.
Lo siento.
Clara puso sus zapatos en su lugar y luego fue a buscar su libro.
Desde aquel día, Clara siempre ponía sus zapatos en su lugar.