Cuadradito era un cuadrado muy particular. Vivía en la Ciudad Geométrica, donde todos los edificios eran triángulos, círculos, rectángulos y, por supuesto, muchos cuadrados. A Cuadradito le gustaba su vida, pero sentía que le faltaba algo. Veía a los círculos rodar cuesta abajo por la colina con tanta alegría, y él solo podía avanzar a pequeños saltitos, ¡ploc, ploc, ploc! Cada salto era un esfuerzo, y no era nada divertido.
Un día, Cuadradito se sentó al borde de la colina, observando a los círculos. Un círculo grande y amarillo, llamado Cirilo, se detuvo a su lado. "¿Qué te pasa, Cuadradito?", preguntó Cirilo con una voz redonda y amigable.
"Quisiera rodar como tú", suspiró Cuadradito. "Pero soy un cuadrado. ¡Los cuadrados no ruedan!"
Cirilo pensó un momento. "Quizás… quizás haya una manera. ¿Has hablado con Don Rombo? Él es muy sabio y conoce todos los secretos de la geometría."
Cuadradito nunca había hablado con Don Rombo. Le parecía un poco serio, con sus ángulos agudos y su aire importante. Pero la idea de rodar era demasiado tentadora. Así que, con un poco de nerviosismo, se dirigió a la casa de Don Rombo.
La casa de Don Rombo era una estructura elegante y alargada, con ventanas en forma de paralelogramos. Cuadradito tocó el timbre, que sonó como un suave campanilleo. Don Rombo abrió la puerta con una sonrisa amable.
"¿En qué puedo ayudarte, jovencito?", preguntó Don Rombo.
Cuadradito, respirando hondo, explicó su deseo de rodar. Don Rombo lo escuchó atentamente, asintiendo con la cabeza.
"Rodar, dices… Es una ambición interesante para un cuadrado", comentó Don Rombo. "Pero no imposible. Necesitas transformarte. Debes suavizar tus esquinas, hacerlas más… redondeadas."
Cuadradito no entendía. "¿Suavizar mis esquinas? ¿Cómo hago eso?"
Don Rombo lo llevó a su taller, que estaba lleno de herramientas extrañas y objetos geométricos brillantes. Señaló una máquina grande y reluciente, con muchas palancas y botones.
"Esta es la Transformadora Geométrica", explicó Don Rombo. "Puede modificar la forma de cualquier figura. Pero debes ser valiente. El proceso puede ser… un poco incómodo."
Cuadradito estaba asustado, pero su deseo de rodar era más fuerte que su miedo. Se subió a la máquina con determinación. Don Rombo ajustó las palancas y presionó un botón. La máquina comenzó a zumbar y a vibrar. Cuadradito sintió un hormigueo en sus esquinas. ¡Era una sensación extraña!
Poco a poco, Cuadradito sintió que sus esquinas se suavizaban, se redondeaban. Ya no era un cuadrado perfecto. Se estaba convirtiendo en algo… diferente. La máquina se detuvo con un suspiro. Cuadradito se bajó, sintiéndose un poco mareado. Se miró en un espejo. ¡Ya no era un cuadrado perfecto! Era un… óvalo.
"¡Ahora puedes rodar!", exclamó Don Rombo con entusiasmo.
Cuadradito salió corriendo de la casa de Don Rombo y se dirigió a la colina. Se colocó en la cima y, con un poco de vacilación, se impulsó hacia adelante. ¡Y rodó! Rodó colina abajo, sintiendo el viento en su… bueno, en su superficie ahora más redondeada. ¡Era maravilloso! Rodaba un poco tambaleante, pero rodaba.
Se encontró con Cirilo al pie de la colina. "¡Mira, Cirilo! ¡Puedo rodar!", gritó Cuadradito, lleno de alegría.
Cirilo sonrió. "¡Es fantástico, Cuadradito! Pero… ¿estás seguro de que te gusta ser un óvalo?"
Cuadradito se detuvo a pensar. Era cierto que podía rodar, pero ya no era Cuadradito. Ya no era el mismo cuadrado que conocía y amaba. Se sentía… extraño.
Regresó a la casa de Don Rombo y le explicó cómo se sentía. Don Rombo asintió con comprensión.
"La Transformadora Geométrica puede cambiar tu forma, pero no puede cambiar tu corazón", dijo Don Rombo. "Si quieres ser un cuadrado otra vez, podemos revertir el proceso."
Cuadradito lo pensó un momento. Le encantaba rodar, pero extrañaba ser un cuadrado. Tomó una decisión. "Quiero ser un cuadrado otra vez", dijo.
Don Rombo volvió a poner a Cuadradito en la Transformadora Geométrica y revirtió el proceso. Las esquinas de Cuadradito volvieron a ser puntiagudas y definidas. Era un cuadrado de nuevo.
Esta vez, en lugar de ir a la colina, Cuadradito se dirigió al parque. Allí, vio a otros cuadrados jugando. Estaban construyendo torres con bloques cuadrados, formando patrones y compartiendo risas. Cuadradito se unió a ellos. Descubrió que ser un cuadrado también podía ser divertido. No podía rodar, pero podía construir, apilar, crear y compartir con sus amigos.
Cuadradito aprendió que no necesitaba ser como los demás para ser feliz. Ser diferente era lo que lo hacía especial. Y aunque nunca pudo rodar como los círculos, descubrió que podía hacer muchas otras cosas maravillosas, siendo simplemente Cuadradito, el cuadrado que aprendió a quererse tal como era.