Daniela era una serpiente muy especial. No le gustaba cazar, ni asustar a los pájaros. ¡Lo que realmente amaba era tejer! Con sus ágiles escamas y su paciencia infinita, Daniela era una modista excepcional. Su especialidad: ¡pijamas para ratones!
Sus pijamas eran famosas en todo el bosque. Suaves, calentitas y con diseños divertidísimos: fresas para Rosita, quesitos para Miguel, y hasta pequeñas estrellas para la ratoncita Luna. Los ratones hacían fila para conseguir un pijama hecho a la medida por Daniela. Ella tenía un pequeño taller dentro de un árbol hueco, lleno de ovillos de lana de todos los colores.
Pero había un pequeño… ¡no, un ENORME problema! La familia de Daniela. Eran serpientes, después de todo, y las serpientes, bueno… a veces sentían un antojo irrefrenable por ¡ratones! La mamá de Daniela siempre le decía: “Daniela, hija, esos ratones son muy jugosos. ¡Deberíamos invitarlos a cenar!” Y el papá de Daniela asentía con la cabeza, moviendo la lengua de un lado a otro.
Daniela estaba desesperada. Amaba tejer pijamas para sus amigos ratones, pero no quería que su familia se los comiera. “¡Tengo que hacer algo!”, pensó.
Así que, una mañana, Daniela convocó a una reunión a todos los ratones del bosque. Estaban Rosita, Miguel, Luna, y muchos más, todos temblando de miedo al estar cerca de la casa de una serpiente.
“Amigos ratones,” comenzó Daniela, con voz temblorosa. “Debo confesarles algo. Mi familia… bueno, a veces tiene ganas de… ¡comer ratones!”
Un murmullo de terror recorrió la multitud. Algunos ratones ya estaban listos para correr.
“¡Pero yo no quiero que los coman!”, exclamó Daniela rápidamente. “¡Yo quiero seguir tejiendo pijamas para ustedes! Por eso, he pensado en un plan.”
Daniela explicó su idea. Consistía en hablar con su familia y hacer un pacto. Los ratones, a cambio de no ser comidos, le darían a la familia de Daniela… ¡huevos! Sabía que a su familia le encantaban los huevos de codorniz, y si tenían suficientes, tal vez olvidarían el antojo por los ratones.
Los ratones, después de pensarlo mucho, aceptaron. Era un riesgo, pero confiaban en Daniela.
Luego, Daniela tuvo una conversación muy seria con sus padres. Les explicó lo importante que era para ella su trabajo como modista, y lo mucho que quería a sus clientes ratones. Les propuso el intercambio: huevos por ratones.
Al principio, los padres de Daniela se mostraron reacios. “¡Pero los ratones son tan sabrosos!”, se quejó su mamá. “¡Y tan fáciles de atrapar!”, añadió su papá.
Pero Daniela insistió. Les contó lo felices que hacían sus pijamas a los ratones, y lo orgullosa que se sentía de su trabajo. Finalmente, sus padres, al ver lo decidida que estaba su hija, aceptaron el pacto.
Así, Daniela organizó un sistema. Cada semana, los ratones recolectaban huevos de codorniz y los llevaban a la casa de Daniela. A cambio, Daniela seguía tejiendo pijamas maravillosas para todos ellos.
La familia de Daniela estaba feliz con los huevos, y los ratones estaban felices de estar a salvo y con pijamas nuevas. Daniela estaba más feliz que nunca, porque podía seguir haciendo lo que amaba, sin tener que preocuparse de que sus amigos ratones se convirtieran en el almuerzo de su familia.
El taller de Daniela prosperó. Se hizo famoso no solo por sus pijamas, sino también por ser un lugar donde serpientes y ratones podían convivir en paz y armonía. Y así, Daniela, la serpiente modista, demostró que con creatividad y un poco de buena voluntad, ¡hasta las diferencias más grandes se pueden superar! A partir de ese día, se le conoció como Daniela, la serpiente modista, la tejedora de la paz.
Un día, un zorro intentó comerse a los ratones. Rápidamente Daniela tejió una red gigante con todos los restos de lana que tenía y atrapó al zorro. Los ratones ayudaron a amarrarlo y lo llevaron a la parte más profunda del bosque para que no volviera a molestar. Desde ese día, todos los animales sabían que Daniela protegería a los ratones a toda costa.
Y colorín colorado, este cuento de pijamas y pactos ha terminado.