Erase una vez, en un pequeño pueblo, un niño llamado Juanito que amaba el café.
Pero Juanito tenía un gran problema: no le gustaba el azúcar.
Todas las mañanas, su madre le preparaba una taza de café con mucha azúcar, pero Juanito siempre hacía una mueca de disgusto y dejaba la taza a medio tomar.
Un día, Juanito estaba jugando en el jardín cuando vio a un grupo de hormigas llevando granos de azúcar a su hormiguero.
Juanito se quedó fascinado y empezó a seguirlas.
Las hormigas llevaron a Juanito a un gran hormiguero bajo un viejo roble.
Juanito se asomó con cuidado y vio que las hormigas estaban almacenando una enorme cantidad de azúcar.
Juanito tuvo una idea.
Cogió un puñado de azúcar y lo llevó a su casa.
Luego, preparó una taza de café sin azúcar y añadió el azúcar de las hormigas.
¡Sorpresa!
El café sabía delicioso.
Juanito estaba tan contento que corrió a contárselo a su madre.
A partir de ese día, Juanito siempre preparaba su café sin azúcar.
Y aunque sus amigos se burlaban de él, Juanito no les hacía caso.
Él sabía que el café sin azúcar era el mejor café del mundo.