En un rincón encantado de la ciudad de Loja, escondido entre majestuosas montañas, existía un bosque lleno de misterio y belleza.
En su corazón, se encontraba una cascada cristalina que, al acariciar los rayos del sol, dibujaba un brillante arco iris en el aire.
Una tarde de verano, una familia visitaba este bosque mágico.
La pequeña Ana, curiosa y aventurera, se adelantó por el sendero, fascinada por los destellos de luz que iluminaban el lugar.
Mientras exploraba, llegó a la cascada y quedó maravillada por la belleza del entorno.
Al acercarse al agua, algo extraordinario sucedió: un majestuoso cisne dorado emergió de las aguas.
El cisne no solo era deslumbrante, con sus alas que brillaban como el oro bajo el sol, sino que también podía hablar.
Con voz suave y melodiosa, se presentó ante Ana y juntos conversaron como viejos amigos.
Ana quedó tan emocionada por el encuentro que, cuando sus padres la encontraron, les contó todo con entusiasmo.
Sin embargo, ellos no le creyeron, ya que no lograron ver al mágico cisne.
Al siguiente fin de semana, decidieron regresar al bosque, más por complacer a Ana que por creer en su historia.
Al llegar a la cascada, algo inesperado ocurrió: el cisne dorado volvió a aparecer, desplegando sus alas resplandecientes.
Esta vez, los padres de Ana pudieron verlo y escucharlo.
La familia entera quedó maravillada ante la mágica criatura.
El cisne, conmovido por la unión y la alegría de la familia, les dijo:
—En este lugar donde los sueños y la magia se encuentran, solo quienes ven con el corazón puro pueden descubrir la verdadera esencia de este bosque.
Si lo desean, puedo ofrecerles un regalo único.
Sin dudar, la familia aceptó.
El cisne dorado extendió sus alas y, en un destello de luz dorada, todos se transformaron en elegantes cisnes mágicos.
Unidos por siempre, se convirtieron en guardianes del bosque y la cascada, viviendo felices y protegidos en aquel lugar encantado, como una gran familia de cisnes mágicos.