En un colegio ordinario, entre pupitres y pizarras, había un estudiante llamado Lucas.
Lucas era un chico brillante y estudioso, pero tenía un secreto peculiar: era adicto a hacer clic en el computador repetidamente.
Cada vez que se sentaba frente a la pantalla, sus dedos bailaban sobre el ratón, haciendo clic sin parar.
Al principio, era solo un juego inofensivo con sus amigos, una competencia para ver quién podía hacer más clics por minuto.
Pero poco a poco, se convirtió en una obsesión.
Lucas pasaba horas frente al computador, haciendo clic frenéticamente.
Sus dedos se volvían doloridos, pero no podía parar.
Se olvidaba de sus estudios, de sus amigos y de todo lo demás.
El mundo exterior se desvanecía mientras se sumergía en el interminable trance de los clics.
Sus amigos se preocuparon.
Intentaron hablar con él, pero Lucas los ignoraba.
Estaba atrapado en su adicción, incapaz de controlar sus impulsos.
Un día, mientras hacía clic sin parar, Lucas sintió un dolor agudo en la muñeca.
El dolor era tan intenso que tuvo que parar.
Asustado, Lucas fue al médico, quien le diagnosticó el síndrome del túnel carpiano, una afección causada por el uso excesivo del computador.
El médico le advirtió que si no dejaba de hacer clic, podría sufrir daños permanentes en sus manos.
Lucas se dio cuenta de que había llegado demasiado lejos.
Con la ayuda de sus amigos y familiares, comenzó a buscar ayuda.
Asistió a terapia, aprendió técnicas de relajación y poco a poco comenzó a controlar su adicción.
Finalmente, Lucas pudo liberarse de las garras del clic compulsivo.
Volvió a ser el estudiante brillante y sociable que había sido antes.
Y aunque todavía disfrutaba de un buen juego de clics de vez en cuando, nunca más dejó que se interpusiera en su camino.